BIENVENIDOS A YUMYS GALAXY, EL RINCÓN DE F.J.M. (MARCO ATILIO).

martes, 28 de febrero de 2012

Cartas de amor

Carta de amor

Rebuscando en mi biblioteca, me he topado con un cuadernillo de Francisco Nogales titulado “Cartas Amorosas”. Se trata de una especie de manual que te guía en el difícil arte de declararse a una mujer. Como se trata de una publicación de principios de los años 30, el lenguaje y el estilo puede parecernos cursi y remilgado, aunque sin lugar a dudas, se trata de un lenguaje pulcro y que rezuma lirismo por los cuatro costados, al menos a mí así me lo parece.
 
Aquí transcribo algunas de esas cartas que, como curiosidad, creo que merece la pena leer y, quien sabe, quizá a algunos, eventualmente, os sean útiles. 
 
CARTA PRIMERA
 

Distinguida señorita: Desde hace mucho tiempo me he esforzado en demostrar a usted, por medio de significativas miradas, en la ligera presión de mis manos al estrechar las suyas, en la especial atención que le he concedido durante nuestras cortas conversaciones, que hay algo en mi voluntad y en mi razón que me obliga a conducirme de tal manera. Y no dudo, señorita, que usted, con su claridad de criterio, habrá comprendido que la amo desde la tarde venturosa que fui presentado a usted.
 
Sí, señorita; yo la amo. Nada soy, nada valgo y, sin embargo, tengo la osadía de llegar hasta usted en demanda de una limosna de cariño. ¿Querrá mi suerte que usted me juzgue suficientemente digno para merecer su amistad y más tarde la correspondencia a este cariño que es mi vida?
 
Con esta dolorosa incertidumbre, que le suplico haga lo más breve que le sea posible, le ruego acepte la expresión sincera del profundo y respetuoso amor que le profesa,
 
Carlos.

CARTA SEGUNDA
 

Mi dulce amiga: ¿Amiga? Bien sabe Dios la tristeza con que estampo ese nombre tan amplio de significado, y bien sabe Dios también cuál sería mi dicha si algún día pudiera sustituirla por el más dulce y evocador de “amada”.
 
Porque desde hace mucho tiempo, amiga mía, siento tal naciente amor hacia usted, que su recuerdo bendito ilumina la triste nostalgia de mis horas lejos de su presencia y pone en mis noches de insomnio una amargura que quisiera mitigar.
 
Usted es buena. Usted no consentirá que un pobre corazón apasionado sufra por este cariño más fuerte que su vida.
 
¿Puedo esperar el fin de mi triste calvario? El epílogo a esta desventurada incertidumbre que me impide repetir su nombre en estas horas tristes, ante el temor de que usted no sepa corresponder al ímpetu de mi cariño.
 
Piense en que soy desgraciado y en que en su mano está el poder mitigar la tristeza de su pobre amigo,
 
Luís.

CARTA TERCERA
 

Señorita: Una casualidad feliz me dio la ocasión de admirar su gracia y su gentileza sin iguales. Desde aquel día vivo consagrándole mis horas mejores, y si río es porque acaricio una dulce ilusión en la que usted es el objeto principal, y si suspiro es porque temo no ser digno de su atención.
 
¿Sería usted tan buena que me sacase de esta extraña incertidumbre?
 
Pruebas adquirirá usted de mi sinceridad, de mi seriedad y de la rectitud de mi pretensión si, cediendo a mis instancias, se digna escuchar el amoroso requerimiento de su afectísimo s. s., que s. p. b.,
 
Antonio.
 

Rosa y papel

DE UN VIUDO A UNA VIUDA
 

Mi distinguida señora: Unidos ambos por el mismo dolor que representa la pérdida del ser que Dios nos señaló para acompañarnos en la senda de la vida, quizá le parezca a usted algo extemporánea esta declaración de un amor que desde hace tiempo llevo albergado en mi pecho y es causa de la amargura de muchas de mis horas.
 
No ignoro que los méritos con que la Naturaleza había dotado al ser perdido no los poseo yo; mas, no obstante, afirmo que nadie será capaz de igualar la pasión que me domina.
 
Ambos vivimos solos, y si usted acepta el corazón que le ofrezco, quizá en nuestro cariño encontrásemos un mutuo consuelo a nuestras tristezas. La vida así lo exige, puesto que no es lícito nos abandonemos a nuestra soledad.
 
Esperando que tendrá mi pretensión una acogida favorable, se despide de usted quien por esta ventura se considerará el más feliz de los mortales.
 
Carmelo.

DE UN VIUDO DE CIERTA EDAD A UNA JOVEN SOLTERA
 

Señorita: Aunque con pocas esperanzas de éxito dada mi edad y condiciones, la gracia y la gentileza de usted me han cautivado hasta el punto de que, saltando por todos los obstáculos morales que hasta hoy me han detenido, me atrevo a dirigirme a usted pintándola, aunque con lívidos colores, el fuego de esta pasión, algo tardía, es cierto, pero no exenta de firmeza y de lealtad, unidas a una decisión inquebrantable de hacerla mi esposa.
 
Tras largas vacilaciones y dudas, tras largos temores e incertidumbres, hoy llego a usted con la firme pretensión de hacerla mi esposa, pues de todas las mujeres que he conocido, ninguna me ha parecido tan digna de ocupar el puesto de la que fue compañera de mi vida, y Dios fue servido de arrebatarme.
 
Esta circunstancia será para usted una garantía, si no de vehemente y apasionada felicidad, por lo menos de seriedad, pues, dadas mis condiciones, no me está permitido perder el tiempo en insulsos galanteos.
 
Quede pues firme el jalón de lo que puede ser para los dos el comienzo de una vida tranquila y sin desvelos, y esperando su respuesta en sentido afirmativo, le ofrece la expresión de su admiración respetuosa,
 
Pedro.

CARTA ENVIANDO UN OBSEQUIO
 

Señorita: Comienzo pidiéndola perdón por la libertad que me tomo en gracia a mi deseo de agradarle. Aunque no estoy muy enterado de la larga lista de nombres del santoral cristiano, ¿cómo olvidar que es hoy la Virgen de los Desamparados y, por consiguiente, el santo de la más dulce y la más admirada de mis amigas?
 
Hoy recibirá usted muchos obsequios, unidos a felicitaciones como la mía, aunque no tan llenas de unción y respetuoso cariño, y quisiera que acogiese usted benévolamente esta pequeña prueba del afecto que le profesa, al tiempo que la felicita cordialmente su amigo,
 
Carlos.

Lo que más llama la atención aparte de lo poéticas que puedan resultar estas cartas, es el lenguaje tan cuidado y respetuoso con que se escribían. Nada que ver con la jerga tan “sui géneris” que utilizan muchos de nuestros jóvenes cuando se escriben entre ellos. Sobre todo en los mensajes desde el teléfono móvil. ¡Ah, cómo cambian los tiempos! 
 
Marco Atilio











































lunes, 20 de febrero de 2012

El Paseo de las Murallas

La catedral de Baeza

Baeza está situada en la cornisa sur de la gran meseta de la Comarca de la Loma. Se asoma al valle alto del Guadalquivir desde una escarpadura que domina un paisaje de olivos y de interminables cerros; vista desde el llano, en esta escarpadura se alza enhiesta y majestuosa la catedral como un faro que sirviera de guía al viajero que se acercara a la ciudad.
 
La antigua ciudad estaba construida sobre este cerro, el llamado Alcázar de Baeza, renombrado como inconquistable y dentro del cual se encontraban el castillo-palacio de la autoridad real y la iglesia (luego colegiata) de Santa María del Alcázar.
 
A finales del s. XV el Alcázar fue demolido por mandato de la reina Isabel la Católica de modo que no se utilizase como defensa con ocasión de las pugnas nobiliarias que enfrentaban a los linajes dominantes de la ciudad (Carvajales y Benavides).
 
También desaparecido el frente sur de la muralla, adyacente al Alcázar, el paseo que lo reemplaza es hoy día un mirador excepcional sobre el valle alto del Guadalquivir.
 
Vista del Paseo de las Murallas

Este Paseo, “El Paseo de las Murallas”, es de una singular belleza, y recomiendo al viajero que visite la ciudad, que lo recorra despacio, admirando las magníficas vistas que pueden contemplarse desde él.
 
Se trata de un Paseo periurbano que, en el cerro del Alcázar y sobre restos de la antigua muralla, domina un maravilloso paisaje alfombrado de olivos, recorrido por serpenteantes y desperdigados caminos blancos y, a lo lejos, como telón de fondo las sierras de Segura, Cazorla, y Mágina, con el monte Aznaitín en su centro; y esparcidos por los cerros, las lomas, las hondonadas, los cortijos, allá en lontananza, los pueblos de Jimena, Garcíez, Bedmar, Albanchez de Mágina, la cercana Úbeda, El Puente del Obispo, Mancha Real y Jaén, en los cobijos de la Sierra de Jabalcuz.
 
Como Jorge Manrique y Gaspar Becerra, el poeta Antonio Machado, que impartió clases en Baeza, dejó su impronta en la ciudad, hasta el punto que el Paseo de las murallas es conocido como el Paseo Machadiano. En un lugar de este Paseo, un peculiar monumento de cemento obra del arquitecto Fernando Ramón alberga un busto del poeta, en bronce, obra del prestigioso escultor Pablo Serrano. Fue inaugurado el 10 de abril de 1983 en honor del poeta que solía pasear por este paraje durante los años que vivía en Baeza mientras dialogaba con sus sentimientos y la propia naturaleza.
 
Monumento a Machado en el Paseo de las Murallas

Desde hace muchos años he recorrido este Paseo infinidad de veces, es un entorno que te enajena, en donde la realidad se funde con la quimera, en donde la mente forja fantásticos castillos en el aire, un lugar en donde el tiempo se detiene y tus sentidos se abren al maravilloso teatro de los sueños, en íntimo abrazo con el paisaje, con un paisaje que te embruja y que te lleva a galope tendido por el presente, por el pasado y por el futuro mezclándolos en un extraño maremágnum.
 
He paseado por este paraje en los días de lluvia, debajo de mi paraguas he recorrido el paisaje mientras la lluvia me daba en la cara y he participado de unas sensaciones indescriptibles, en esos días de fina lluvia el espíritu se transporta, se mezcla con el entorno y formas un todo con la naturaleza. Los pensamientos más profundos acuden a tu mente y participas del romanticismo del paisaje calado por la lluvia de principios de la primavera o quizás de los primeros días del otoño.
 
Lluvia en el valle

He contemplado junto a mi querida Isabel atardeceres de ensueño, con el sol agigantado del ocaso trasponer por el oeste a la par que sus rayos bañaban de un rojo sangre el mar de olivos y las estribaciones de Sierra Mágina mientras nuestros corazones latían al unísono embriagados por tanta belleza.

He disfrutado de la hermosura y el indescriptible encanto del valle del Guadalquivir cubierto de nieve, la albura del paisaje se mezcla con las interminables hileras del verde oscuro de los olivos y arranca del espectador alguna frase de asombro ante semejante maravilla.
 
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Algunos días, la atmósfera está tan límpida que los picos de Sierra Mágina parece pudieran tocarse en una extraña y falsa proximidad.
 
Desde este Paseo, he intentado acercar a Isabel el misterioso y a la vez fantástico mundo de las estrellas, hemos descubierto juntos la magnificencia de las constelaciones: Orión con sus estrellas Betelgeuse, Bellatrix y Rigel…, Tauro y su estrella Aldebarán…, Auriga y su estrella más luminosa Capella…, Géminis con sus estrellas principales Cástor y Pólux…, Sirio, la estrella más brillante de cuantas pueblan el cielo nocturno en el Can Mayor… Ante la mirada atenta de mi esposa he ido desgranando las maravillas del cielo estrellado que se alzaba sobre nuestras cabezas y allá a lo lejos, desperdigadas en la oscuridad del valle, un montón de lucecitas nos señalaban los pueblos de Jimena, Garcíez, Bedmar… al sur. Peal de Becerro, Cazorla… al este. Mancha Real, Jaén… al suroeste. La cercana Úbeda a cuatro pasos en el nordeste. Como silenciosos testigos de mis explicaciones.
 
En este Paseo, amparados en algún rincón oscuro, con la noche como prudente aliada, las parejas de enamorados se han amado furtivamente. También fue en este paseo donde hace ya muchos años, quizá demasiados, mi amada Isabel y yo nos juramos amor eterno una apacible noche de finales de la primavera. Nuestros buenos deseos de entonces se han cumplido porque después de tantos años aún nos seguimos queriendo con la misma fuerza de aquella época. Escribí un poema de aquella circunstancia que titulé “Dos Corazones”, es el siguiente:
 

Mira mi amor ha salido

la luna por la cañada,

mira mi amor ha salido

con sus alforjas de plata.

 

Las estrellas la contemplan

cuando la luna se alza,

mientras cubre el negro cielo

de un blanco velo de gasa.

 

La luna se enseñorea

de la noche solitaria

y llena dos corazones

de ilusiones y esperanzas.

 

Sentados en aquel banco,

dando espalda a la muralla,

juré amarte por siempre

mientras besaba tu cara.

 

¿Recuerdas mi amor la noche?

¿recuerdas que te abrazaba

y que al hacerlo tenía

henchida de amor el alma?

 

Olivares en el valle del Guadalquivir

En definitiva, en este Paseo mis emociones se han desbocado, he paseado por él, a veces nostálgico, romántico otras, me he enfrentado a mis miedos tratando de ponerles remedio, he añorado muchas veces el pasado, he temido el presente o lo he querido y he pensado en el futuro con esperanza y a veces con inquietud. De lo que podéis estar seguros es que contemplando el fantástico panorama que se extiende ante vuestros ojos no os quedaréis indiferentes y un arrabal de sensaciones inundará vuestro espíritu, os hará partícipes de lo absoluto y os acercará a la esencia misma del ser porque estaréis en estrecha alianza con lo bello y la indescriptible majestuosidad de un paisaje que enamora al primer golpe de vista.

Marco Atilio

FOTOS DEL PASEO DE LAS MURALLAS Y SU HERMOSO PAISAJE

Alfonbra de olivares
 
Atardecer
 
Atardecer en el Paseo de las Murallas
 
Atardeciendo
 
Banco de piedra en el Paseo de las Murallas
 
Cruz en el Paseo de las Murallas
 
Día gris en el Paseo de las Murallas 
El Paseo de las Murallas
 
Montañas nevadas desde el Paseo de las Murallas
 
Nubes desde el Paseo de las Murallas
 
Paseo de las Murallas
 
Puesta de sol
 
Sierra Mágina y Jimena
 
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Vista del Paseo de las Murallas
 
Vista del valle del Guadalquivir

domingo, 5 de febrero de 2012

Evocaciones II

Reloj de arena roto

Como le ocurre a todo el mundo, mi paso por la vida está cubierto de recuerdos, hay ocasiones, momentos, en que tales recuerdos vienen hasta mí, son momentos muy concretos, instantes en que por una u otra causa soy presa de la melancolía y la nostalgia, sobre todo cuando veo que los años que tengo han pasado tan rápido que casi no me he dado cuenta, que pienso en veinte años atrás y parece que las cosas que pasaron hayan sucedido ayer mismo. Es entonces cuando busco en lo más profundo de mi memoria para buscar aquellos aconteceres del pasado que me hicieron feliz y, regodeándome en mis recuerdos, de alguna manera vuelvo a tener esa fortaleza de la juventud que se me escapó a pasos agigantados. Ya lo dijo “Marco Valerio Marcial”: “Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces”. También rememoro algunos episodios no tan buenos aunque estos últimos hicieron que me curtiera en el difícil arte de la vida y me permitieron seguir creciendo como persona.
 
Por el momento compartiré con todos vosotros aquellos de los que guardo un cariño especial: 
 
Es difícil elegir entre tantos recuerdos, hechos y sucesos que han ido conformando mi vida y que forman parte de mi historia, sobre todo porque llegan hasta mí atropelladamente, sin orden ni concierto, en un peculiar galimatías… 
 
“En la casa de mis abuelos maternos pasé casi toda mi primera infancia, desde los dos a los cinco años y aunque parezca extraño, todavía me quedan recuerdos de aquella época, algunos vagos pero otros bastante lúcidos. 
 
La casa de mis abuelos era bastante grande, nada más entrar había un portal al que se accedía tras zafarse de un enorme y pesado “cortinón” gris en el cual me enredé no pocas veces. La estancia la presidía un gran cuadro, cuyo motivo era la famosa pintura de Velázquez “Las Lanzas” y justo al lado y a la derecha había un sillón de madera en donde mi abuela dormitaba en las calurosas tardes del verano. 
 
Sillón

Me acuerdo que la casa tenía un enorme “corralón” con una parra al principio que daba unas grandes y sabrosas uvas de “corazón de cabrito” y en lo más profundo de aquel “patio” había una higuera que además de dar sombra al “pilón” en donde se lavaba la ropa, nos obsequiaba con una abundante cosecha de deliciosas brevas.
 
Parra    Higuera brevera

Recuerdo a mi abuelo (un hombre cultísimo) leer en voz alta “Los tres Mosqueteros de Alejandro Dumas”, “Los Miserables de Víctor Hugo” o “Guerra y Paz de León Tolstói” mientras mis tías, mi madre y alguna vecina escuchaban ensimismadas la suave entonación que mi abuelo daba a la lectura. Mi abuela, sentada en su mecedora blanca, al amor del hogar, daba alguna que otra cabezada.
 
Mecedora blanca

La imagen de mi abuelo tirando de su burro “Barquero” subir calle arriba mientras el rojo sol del ocaso se hundía en el horizonte jamás se me olvidará. Yo corría con todas mis fuerzas a su lado para hacer más largo el trayecto que quedaba hasta llegar a casa y así disfrutar durante más tiempo a lomos de “Barquero”. De aquella época es el poema que escribí hace ya algún tiempo y que titulé “Añoranzas y Recuerdos”: 
 
 

Gemía el viento del norte

cubriendo el cielo de plata,

el color que tiene el cielo

con las primeras nevadas.

Miraba atento la calle,

ya la tarde declinaba,

aquellas tardes de invierno

misteriosas y enigmáticas.

A través de los cristales

de aquella vieja ventana,

las sombras me parecían

siluetas de fantasmas.

Misteriosas a lo lejos,

de la iglesia las campanas,

con su son triste y monótono

entristecían mi alma...

¡Añoranzas y recuerdos

de mi existencia temprana!

¡Añoranzas y recuerdos

de mi ya lejana infancia...!

 

La luz tenue y mortecina

escapada de la lámpara…,

el sonido del puchero

cociendo sobre las brasas…,

el dormitar de la abuela

en su mecedora blanca…,

el libro que sostenía

en sus manos arrugadas,

leyendo el abuelo Marcos

en un rincón de la estancia…

El silencio de la noche…,

el crepitar de las llamas…,

el ligero bamboleo

de las sombras alargadas…

y el recitar del abuelo

con su voz serena y clara.

El sabor de aquellas tardes,

el aire que respiraba,

del hogar aquella atmósfera

suave, serena y cálida...

 

¡Añoranzas y recuerdos

de mi existencia temprana!

¡Añoranzas y recuerdos

de mi ya, lejana infancia!

 

*****
 
Aparato de radio telefunken

Mientras yo, un infante de apenas siete años, me afanaba en hacerles un agujero a los huesos de los albaricoques para hacerme pitos, mi madre y mi hermana junto a “Paquita La Tomata” y otras cuantas vecinas, cosían confección por unas cuantas perras mientras oían en un enorme aparato de radio de la marca Telefunken, las radionovelas de “Guillermo Sautier Casaseca” en las calurosas siestas de los meses de verano. 
 
Aquellas radionovelas venían precedidas de una canción que se hizo famosa en aquellos años y que prácticamente todo el mundo conocía. Esta no era otra que la canción del Cola-Cao… ¿se acuerdan de la letra…? 
 
Colacao 1968

 

 

“Yo soy aquel negrito

del África tropical,

que cultivando cantaba

la canción del Cola Cao.

 

Y como verán Ustedes,

les voy a relatar

las múltiples cualidades

de este producto sin par.

 

Es el Cola Cao desayuno y merienda.

Es el Cola Cao desayuno y merienda ideal.

¡Cola Cao, Cola Cao!

 

Lo toma el futbolista para hacer goles,

también lo toman los buenos nadadores.

Si lo toma el ciclista, se hace el amo de la pista

y si es el boxeador, (bum, bum),

golpea que es un primor.

 

Es el Cola Cao desayuno y merienda.

Es el Cola Cao desayuno y merienda ideal.

¡Cola Cao, Cola Cao!”

 

¡Qué tiempos aquellos!
 
El recuerdo de la especial complicidad que tenía con mi hermana pequeña acude a mi mente casi sin buscarlo… 
 
¡Qué felices éramos! ¡Qué infancia tan bonita pasamos juntos! Me acuerdo que jugábamos a las canicas, al pilla- pilla, al escondite…, en la vieja casona de la calle Minas. 
 
Y recuerdo cuando hacíamos novillos y nos íbamos a pescar cangrejos en los tiempos de Palma de Mallorca. Allí hice mi primera comunión. 
 
Vivíamos en una casa junto al mar, en el barrio del Molinar, me acuerdo que frente a la casa pasaba una carretera y justo al otro lado había un enorme terraplén, una especie de “acantilado” donde, a veces, las olas rompían con fuerza…, con mucha fuerza en ocasiones. 
 
Rompiendo contra las rocas

Como un día de finales del otoño, un día gris y lluvioso. El viento sacudía los árboles con una fuerza impresionante, desde la pequeña terraza-balcón abierta a la calle por unas escaleras que había en la entrada de la casa, mi hermana, mi padre y yo contemplábamos un mar cubierto de espuma, las impresionantes olas saltaban el “acantilado” y llegaban hasta la carretera. Mi hermana, muerta de miedo, se abrazaba a mi padre. 
 
Mar revuelto  Trasatlántico  

Entre tanto, a lo lejos, un gran trasatlántico salía de “Puerto Pi”. Mi padre llamó nuestra atención sobre aquel enorme barco y cómo las olas lo hacían oscilar arriba y abajo. Cuando estaba llegando al faro, el barco cabeceó y desapareció de nuestra vista, a los pocos segundos emergió de nuevo y dando media vuelta puso rumbo nuevamente al puerto. Supongo que el temporal era demasiado fuerte como para arriesgarse a navegar en semejantes condiciones. Aquello quedó grabado en mi retina y todavía lo recuerdo como si fuera ayer mismo. 
 
 Tempestad Guardacostas

Lo que más me impresionó no fue el incidente que sufrió aquel gran trasatlántico, si no que algunos Guardacostas se adentraran en alta mar (a pesar de las condiciones meteorológicas tan adversas) y se perdieran por el horizonte como si nada… ¡Increíble! Todavía hoy comento en alguna ocasión con mi hermana el episodio del trasatlántico y los Guardacostas. Y es que hay cosas en la vida difíciles de olvidar por muchos años que pasen. 
 
También referimos a veces aquellos domingos de matiné, con nuestros zapatos de charol recién estrenados, con nuestros Chupa-Chups, más contentos que unas castañuelas, en compañía de nuestros padres y de mi hermana mayor, para asistir a la doble sesión que proyectaban en el cine “El Patronato” o “El Balear”. Realmente lo pasábamos bien aquellos domingos por la tarde en Palma de Mallorca. 
 
¡Qué bonitos tiempos aquellos! Ciertamente existía una especial complicidad entre mi hermana y yo, complicidad que aún hoy todavía persiste… ¡Por muchos años! 
 
Marco Atilio































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