Tomás es un hombre al que admiro, respeto y aprecio, un hombre bueno, un buen padre y un buen esposo, un buen amigo aparte de ser el marido de la hermana de mi mujer.
Es un hombre bonachón, apegado al terruño, a estos campos de olivares a los que un día cantó Machado. En esta campiña baezana se ha dejado el alma en busca siempre de una ilusión, la ilusión de tener algún día unos trozos de tierra propia para poder trabajarlos, para poder disfrutarlos, para que sus pies pisaran algo suyo.