Era una noche fría y oscura. Arranqué el coche y me alejé. Cinco o seis kilómetros, en busca de un lugar cercano que conozco donde las condiciones de observación del cielo nocturno son bastante idóneas, lejos de las luces de la ciudad y que éstas no entorpecieran aquel mi primer encuentro con el cielo estrellado del invierno.
Cuando dejé la carretera y me adentré en el camino pedregoso y estrecho que me conduciría a las “Eras de Narro”, centenares de olivos, con sus ramas lamiendo los bordes del camino me dieron la bienvenida. Sus figuras fantasmagóricas, agigantadas por las sombras que producían las luces del coche, amenazaban con “devorarme” de un momento a otro. El kilómetro escaso que separa la carretera de las “Eras de Narro” me pareció eterno. Aquel camino pedregoso es endiabladamente malo y te obliga a ir muy despacio.
Al fin llegué, paré el motor, apagué las luces y me bajé del coche. Dejé que mis ojos se acostumbraran a la impresionante y casi tenebrosa oscuridad. Cerré los ojos esperando que esto sucediera. La verdad es que para aclimatar los ojos a la oscuridad se necesitan unos 20 minutos, es después de ese tiempo cuando los ojos adquieren una gran sensibilidad. Yo no esperé tanto, al cabo de unos 5 ó 6 minutos levanté la cabeza, clavé mis ojos en el cielo estrellado…
¡Maravilloso! Multitud de titilantes estrellas me dieron la bienvenida.
Al sur, se alzaba majestuosa la constelación de Orión, (El gran Cazador del cielo) con su estrella rojiza Betelgeuse en uno de los hombros del cazador. Pensé que la luz de aquella estrella había estado viajando por el espacio al menos durante 400 años (los cálculos no son demasiado precisos cuando se trata de medir tales distancias y no resulta extraño ver distintas cifras dependiendo de la fuente que se consulte) y mis ojos se encontraban con ella justo en aquel momento, este pensamiento me turbó al constatar lo inmenso del universo, las distancias tan asombrosas que hay en él y lo insignificantes que realmente somos.
Durante un buen rato observé aquella estrella, pensé en que, gracias a Dios, se encontraba muy lejos de nosotros ya que de estar situada en el lugar de nuestro Sol, su radio incluiría las órbitas de Mercurio, Venus, La Tierra y Marte pues el diámetro de Betelgeuse varía de los 419 a los 580 millones de kilómetros, lo que la convierte en una de las estrellas más grandes que se pueden observar. Betelgeuse se encuentra en la etapa de gigante roja, una estrella que ha agotado el hidrógeno que le servía de combustible y que ha expandido sus capas exteriores.
Justo en la diagonal opuesta a Betelgeuse se encuentra Rigel, una estrella blanco azulada de primera magnitud realmente brillante. Rigel está a una distancia de nosotros de unos 700 años luz, es decir, la luz que llegaba hasta mis ojos procedente de aquella estrella salió de ella en la Edad Media… ¡Increíble! Su diámetro es de 35 veces el del Sol.
Realmente Orión es una de las constelaciones más impresionantes que hay, se la considera la “catedral del cielo” y contiene estrellas sumamente brillantes como las mencionadas Betelgeuse y Rigel, así como Bellatrix y Saiph (ésta última en la diagonal opuesta a Bellatrix) y las tres estrellas que conforman el cinturón del cazador llamadas a veces “Las Tres Marías” por las que pasa el ecuador celeste (la divisoria de los dos hemisferios) cuyos nombres son de arriba derecha a izquierda abajo: Mintaka, Alnilan y Alnitak respectivamente.
El nombre de Orión le viene dado de la mitología griega: Una de las varias leyendas sobre Orión relata que éste era un hermoso gigante y poderoso cazador, hijo de Poseidón, el dios del mar, y Euríale, la Gorgona. Orión se enamoró de Mérope, hija de Enopión, rey de Quíos, y la pidió en matrimonio. Enopión, sin embargo, constantemente postergó su consentimiento a la boda, y Orión intentó poseer a la muchacha por la fuerza. Encolerizado por esta conducta, su padre, con la ayuda del dios Dioniso, lo hundió en un profundo sueño y lo cegó. Orión consultó entonces un oráculo, que le dijo que recuperaría la visión si iba al Este y dejaba que los rayos del sol naciente le dieran en los ojos. Recobrada la vista, vivió en Creta como el cazador de la diosa Ártemis. Probablemente la diosa lo mató, sin embargo, porque se sentía celosa de la inclinación de Orión por Aurora, diosa del alba. Después de la muerte de Orión, Ártemis lo trasladó al cielo como una constelación.
Exactamente debajo de Orión observé la constelación de La Liebre que contiene estrellas muy poco luminosas.
Abajo y a la izquierda de Orión, es decir al sureste, se encontraba el Can Mayor, con su estrella principal Sirio. Sirio (del griego seirios, “cruel”), también llamada Estrella Can, es la estrella más brillante del cielo. Esta estrella fue muy venerada por los antiguos egipcios, que la consideraban como anunciadora de la crecida del Nilo y, por consiguiente, de una buena cosecha. Muchos templos egipcios se construyeron de forma que la luz de Sirio iluminara las cámaras interiores.
La constelación Can Mayor ha dado origen al concepto de canícula, época de calor del mes de agosto. Can Mayor es una constelación invernal. En los meses siguientes aparece cada vez más al oeste en las horas vespertinas hasta que el Sol, en su peregrinación a lo largo de la eclíptica llega a estar tan próximo a ella que la hace desaparecer del cielo diurno. Eso acontece en los meses de junio y julio. Pero el Sol sigue su trayectoria y entonces, en agosto, Can Mayor vuelve a verse por primera vez de madrugada en el crepúsculo matutino, poco antes de la salida del Sol. Luego va saliendo más pronto cada día como los demás astros, para acabar apareciendo al atardecer en el invierno. Esta primera salida de la constelación Can Mayor en el crepúsculo matutino después de largo tiempo de invisibilidad, tiene especial relevancia porque Sirio, como es lógico, también tarda un poco en convertirse en la estrella más brillante del cielo, de suerte que ésta y, con ella Can Mayor, constituyen un símbolo temprano de los días caniculares, cálidos en extremo. Esa circunstancia fue muy importante en el calendario del antiguo Egipto y en su vida diaria, pues la primera aparición de Sirio en el crepúsculo matutino del año 3000 a. de C. coincidió con el desbordamiento del Nilo. Esos desbordamientos tenían gran importancia, ya que de ellos dependía la fertilidad de los campos, por lo que Sirio llegó a ser venerado como un dios, con el nombre de Sothis.
Sirio es la estrella guía que aparece primero después de la puesta del Sol. Ante ella palidecen las demás estrellas miembros del Can Mayor, pese a que esa constelación contiene una serie de estrellas muy destacadas. Mención especial merece la estrella Adhara, la segunda más brillante después de Sirio. Adhara brilla 900 veces más que el Sol, pero está a una distancia de 500 años luz. Por eso parece más débil que su hermana, que sólo dista 8,7 años luz de La Tierra. Sirio es una de las estrellas más cercanas a La Tierra. Su brillo se debe, en gran medida, a esta relativa cercanía. Se puede ver desde casi cualquier punto de La Tierra. Su masa es 2,4 veces la del Sol, y la temperatura de su superficie también es superior. Las irregularidades en su trayectoria llevaron al astrónomo alemán Friedrich W. Bessel a creer que Sirio iba acompañada por una estrella que en aquella época no pudo observarse. El astrónomo norteamericano Alvan Clark confirmó por primera vez en 1862, 18 años más tarde, la existencia de esta compañera; después se comprobó que era una enana blanca.
Por encima de Sirio y el Can Mayor, observé la constelación del Can Menor. Estas dos constelaciones (Can Mayor y Can Menor) simbolizan según la tradición dos perros corriendo detrás de los talones del cazador de la mitología griega Orión.
La estrella principal del Can Menor se la conoce con el nombre de Procyon y es la octava estrella más brillante del cielo. Su nombre viene del griego y quiere decir “delante del perro” (debido a que sale antes que Sirio, conocida por los romanos como Estrella Can). Procyon es una estrella blanca de magnitud 0,38 y está a 11,4 años luz de nosotros, siendo una de las vecinas más próximas del Sol. A partir de un estudio del movimiento de esta estrella, el astrónomo alemán Friedrich W. Bessel concluyó en 1844 que Procyon tenía una estrella compañera no visible. Esta compañera fue descubierta posteriormente y resultó ser una débil enana blanca que realiza una órbita en torno a Procyon cada 41 años.
El viento sacudía ligeramente las ramas de los olivos, los pensamientos más profundos me embargaban en aquellos momentos contemplando el maravilloso y a la vez enigmático y misterioso cielo estrellado de aquella noche de invierno, el frío casi no me importaba. Busqué con los ojos a Aldebarán, las estrella más luminosa de la constelación de Tauro situada al oeste de Orión.
El nombre Aldebarán deriva del árabe al-Dabaran que significa “el seguidor”, y alude al hecho de que la estrella “persigue” alrededor del cielo a Las Pléyades, un famoso cúmulo de estrellas. Aldebarán está situada justo al norte del ecuador celeste, y es visible en ambos hemisferios durante las noches de diciembre a marzo. Aldebarán está bastante próxima al Sistema Solar, a una distancia de unos 65 años luz. Tiene una magnitud de 0,8 (a menor magnitud más brillante es el astro, las estrellas muy brillantes poseen valores de magnitud pequeños e incluso negativos). Es la decimocuarta estrella más brillante del cielo desde la perspectiva terrestre. La temperatura en su superficie es de sólo 3.900ºC, aproximadamente un 30% menor que la temperatura del Sol. La frialdad relativa de su superficie justifica su ligero tono rojo, que se puede apreciar sin dificultad incluso a simple vista. Por su composición, temperatura y otras características, los astrónomos clasifican a Aldebarán como una estrella gigante roja. El diámetro actual de Aldebarán es de unos 63 millones de kilómetros, unas 45 veces el diámetro del Sol. Aldebarán, junto a otras dos estrellas unidas a ella por fuerzas gravitacionales, forma un sistema múltiple de estrellas. Sus compañeras son muy débiles, y ninguna de ellas es visible con un telescopio de aficionado.
A Aldebarán se debe, no en último término, que Tauro haya surgido allí, pues no sólo los griegos, sino también otros pueblos creyeron ver aquí un animal enorme y vigoroso, en el que la rojiza Aldebarán era uno de sus ojos. Junto a Spica, Régulus y Antares, es una de las pocas estrellas que pueden quedar ocultas por la Luna, debido a que se encuentra directamente en la eclíptica u órbita aparente del Sol. La más famosa de esas ocultaciones de Aldebarán tuvo lugar en el año 509 d. de C. Fue visible en Atenas, y ello condujo, 1200 años después, a un importante descubrimiento. En Inglaterra, el astrónomo Edmond Halley calculó la órbita de La Tierra en el año 1735, cuando aquella ocultación de Aldebarán del año 509 ya pertenecía a la antigüedad. Para su asombro, Halley descubrió que, según sus cálculos, tal ocultación no podía haberse efectuado, ya que, Aldebarán tendría que haberse hallado mucho más al sur. Halley tuvo una idea genial: dedujo que Aldebarán tuvo que haber variado su posición en el transcurso de casi 1200 años, un espacio de tiempo muy considerable. Fue quien descubrió que las estrellas fijas tienen movimiento propio. En efecto: las estrellas están fijas en el cielo sólo en apariencia, debido a que lo verdaderamente astronómico de su distancia hace que grandes recorridos queden reducidos a pequeños ángulos imposibles de medir desde La Tierra. Todas las estrellas se mueven, todas tienen un movimiento propio que sólo se puede comprobar con mediciones muy exactas o mediante observaciones que abarquen espacios de tiempo de más de 1000 años, como las llevadas a cabo por Edmond Halley. El movimiento propio de las estrellas no ha introducido ningún cambio visible en el cielo desde la Edad Antigua. Pero el firmamento que vemos ahora habrá cambiado por completo de aquí a 100.000 años a consecuencia del movimiento propio de las estrellas demostrado en Aldebarán por primera vez, y todas las constelaciones perderán su significado actual.
La constelación de Tauro representa el toro en que se convirtió Zeus para raptar a la princesa Europa. Es una constelación del zodíaco, es decir, una constelación situada sobre la eclíptica, el recorrido aparente anual del Sol a través del cielo. Tauro contiene los dos famosos cúmulos de estrellas conocidos como la Hiades, que incluyen a la brillante estrella roja Alpha Tauri o Aldebarán, y las Pléyades. También contiene la nebulosa del Cangrejo, asociada con una espectacular supernova del año 1054. La nebulosa del Cangrejo surgió cuando explotó una estrella en nuestra galaxia. La luz de la explosión fue observada por astrónomos chinos en el año 1054. En el centro de la nebulosa se halla un púlsar, una estrella densa que gira a gran velocidad. Por desgracia la nebulosa del Cangrejo sólo es visible con telescopios, sin embargo, pude imaginar la magnificencia de la explosión ya que aquella estrella que explotó en el 1054 podía ser vista incluso a la luz del día.
Mis ojos recorrieron el cielo en busca de Las Pléyades, situadas al oeste de la constelación de Tauro. Las Pléyades son un cúmulo abierto de unas 400 ó 500 estrellas, a unos 415 años luz del Sistema Solar. A simple vista se pueden distinguir hasta 7 estrellas, yo no conseguí ver más de cuatro o cinco. Hay observadores que mantienen que a simple vista se pueden detectar 12 estrellas del cúmulo, aunque esto no tiene por qué ser cierto en absoluto. Las estrellas del cúmulo están separadas unas de otras por una distancia media de un año luz, y las fotografías muestran que están rodeadas de una nebulosidad que brilla por la luz que refleja de estas estrellas. Los griegos clásicos le pusieron este nombre por las “Siete Hermanas” de la mitología. En efecto, en la mitología griega Las Pléyades son las siete hijas de Atlas y de Pléyone, la hija de Océano. Sus nombres eran Electra, Maya, Taigete, Alcíone, Celeno, Astérope y Mérope. Según algunas versiones del mito, se suicidaron por la pena que les produjo el destino de su padre, Atlas, o por la muerte de sus hermanas, las Híades. Otras versiones las hacen servidoras de Ártemis, diosa de la fauna y de la caza. Las perseguía el gigante cazador Orión, pero los dioses consiguieron rescatarlas y las transformaron en palomas. Después de su muerte o metamorfosis fueron transformadas en estrellas, pero aún las sigue persiguiendo por el cielo la constelación de Orión.
Justo por encima de Orión, al norte, distinguí las dos estrellas más brillantes de la constelación de Géminis: Cástor y Póllux. Géminis es una de las doce constelaciones del zodíaco, es decir, situada en la eclíptica, la órbita aparente anual del Sol a través del cielo. Géminis es visible en el hemisferio norte. Sus figuras más destacadas son dos estrellas brillantes: Cástor y Póllux que ya he mencionado; también comprende un cúmulo de estrellas que se pueden contemplar a simple vista en noches claras y sin luna. Los astrónomos del antiguo Egipto simbolizaron esta constelación con una pareja de machos cabríos, los griegos con dos niños gemelos y los árabes con pavos.
Según la mitología griega, de la cual proceden los nombres de Cástor y Póllux, los dos mellizos nacieron de la misma madre, pero fueron engendrados por dos padres. Zeus se enamoró de la bella Leda, pero ésta era fiel a su esposo. Entonces, Zeus se transformó en cisne y la poseyó, pero Leda, que nada sabía, hizo el amor con su esposo esa misma noche, por lo que concibió dos hijos al mismo tiempo, uno de cada padre, Póllux era el hijo de Zeus y, por tanto, inmortal. Su hermano Cástor, sin embargo, era mortal. Los dos hermanos se amaban mucho y realizaron juntos grandes hazañas, pero Cástor murió y Póllux pidió a su padre, Zeus, que le hiciera inmortal también. Zeus se negó a ello y Póllux decidió bajar a los infiernos para reunirse con su hermano. Profundamente impresionado por tanto amor fraterno, Zeus puso a los dos en el cielo como constelación.
Cástor, es también llamada Alpha Geminorum, estrella de magnitud 1,6. En 1719 se descubrió que Cástor es una estrella binaria con componentes de 2,8 y 2,0 separados por 6 segundos de arco y que giran uno alrededor del otro cada 350 años aproximadamente. Se ha comprobado que cada uno de estos componentes es una binaria espectroscópica. Además, se ha descubierto una compañera invisible, separada de las otras dos por 72 segundos de arco. Esta estrella también es una binaria espectroscópica cuyos dos componentes giran uno alrededor del otro en un día. Por lo tanto, el sistema completo de Cástor está compuesto de al menos seis estrellas. Su distancia es de unos 45 años luz de la Tierra.
Póllux, también llamada Beta Geminorum, es la más meridional de las dos estrellas de Géminis. Póllux es una estrella de magnitud 1 y está a 33 años luz de la Tierra.
A medida que fue pasando el tiempo, el frío se fue haciendo cada vez más intenso, la sensación de frío se hacía incluso más grande debido a las ráfagas de viento, viento que ahora ululaba amenazador a través del espeso entramado de olivos. Busqué la estrella Capella en la constelación del Auriga al norte de Aldebarán.
Capella (del latín capella, “cabra”), es una de las estrellas más brillantes que se pueden ver en el cielo. También conocida como Alpha Aurigae, Capella es una estrella de magnitud 0,1. Está situada en Auriga, constelación del hemisferio norte. Capella es una gigante amarilla con, aproximadamente 3 veces más masa que el Sol y unas 16 veces su diámetro, con espectro semejante al de éste; la estrella forma parte de un sistema binario espectroscópico. Capella y una gigante roja de décima magnitud giran la una alrededor de la otra cada 104 días; las dos estrellas están aproximadamente a 43 años luz de la Tierra. El nombre de la estrella proviene del mito romano de la cabra que amamantó a Júpiter. Como ya he dicho anteriormente, El Auriga o Cochero, es una constelación boreal de máxima visibilidad en el cielo vespertino invernal. Su estrella más brillante es Capella.
La estrella Épsilon Aurigae es una conocida binaria eclipsante que se atenúa cada 27 años al interponerse un inusual objeto acompañante, posiblemente una estrella doble rodeada por un disco de polvo oscuro y gas. La Vía Láctea pasa por esta constelación.
Auriga contiene tres acumulaciones prominentes de estrellas que pueden verse con unos binoculares: M36, M37 y M38. Las tres están situadas a poco más de 4.000 años luz, en un brazo espiral de nuestra galaxia.
Del Cochero existen las leyendas más diversas, muchas de las cuales se contradicen entre sí. Según un relato, debió tratarse del cochero Faetón, hijo de Helios, dios del Sol. Helios recorría el cielo a diario en un carro de fuego e iluminaba la Tierra. Pero sólo él podía conducir los briosos caballos que tiraban del carro, y cuando su hijo Faetón quiso hacerlo, pese a tenerlo prohibido, se precipitó en el vacío. La huella que dejó el carro al salir despedido debió formar la Vía Láctea (otra leyenda diferente de aquella que decía que la Vía Láctea procedía de la leche de Hera, madre de dioses).
El invierno, además de frío y cielos limpísimos, nos depara encantos inigualables. En invierno, la parte central del cielo se viste con sus mejores galas. Aparece ante nosotros el espectáculo del gran cofre invernal. Un cofre de 6 puntas (al que solemos conocer como “Hexágono de invierno”) que va encerrando en su interior los numerosos tesoros que encuentra entre el horizonte y el cenit. Las esquinas están marcadas por Aldebarán, Rigel, Sirio, Procyon, Póllux, y Capella, que, como ya he comentado en las líneas anteriores, son las estrellas más brillantes de las constelaciones de Tauro, Orión, Can Mayor, Can Menor, Géminis y Auriga respectivamente. Un largo paseo, para disfrutar sin prisa, entre el negro rezumar de la bóveda celeste. Como yo disfruté aquella noche del magnífico y espectacular cielo del invierno y del maravilloso Hexágono invernal.
El intenso frío y las ráfagas de viento que me atormentaban cada vez más dieron por concluida aquella maravillosa noche de observación del cielo nocturno del mes de febrero, y me hicieron reflexionar sobre lo que somos, un simple infusorio en la inmensidad del océano cósmico. Aquella noche me acerqué un poquito más a Dios.
Marco Atilio