Había una vez un convento
en donde convivían unos 50 frailes y a cuyo mando estaba el padre prior, un individuo
bajito y rechoncho llamado Clementino.
Desde hacía algún tiempo
se venía palpando entre los frailes cierto malestar porque la comida principal
siempre consistía en lo mismo: un plato de lentejas. Lloviera o tronara,
hiciera calor o hiciera frío, el plato de lentejas nunca faltaba a su cita con
el almuerzo de los frailes.
Los frailes, enojados
con lo que consideraban una injusticia, comenzaron a preguntarse (en busca de
la causa por la que todos los días comían lo mismo) por qué el padre Clementino
solo comía con ellos una vez a la semana. Los demás días se ausentaba arguyendo
mil y una excusas. Tras hablarlo entre ellos, se pusieron a investigar y al
cabo de un tiempo encontraron la razón de las ausencias del prior. Resultó que
en connivencia con el hermano cocinero (que siempre comía en la cocina), el
menú del padre Clementino (y del mismo cocinero) era de lo más variado y solo
comían lentejas una vez a la semana, el día que el padre Clementino comía junto
a los demás frailes.
Respetando su voto de
obediencia y aprovechando que las elecciones para prior habían de celebrarse
prontamente, aunque enojados en sus adentros, no replicaron ante aquella clara manifestación
de egoísmo por parte del padre Clementino.
De todas formas se
afanaron en buscar un sustituto para Clementino, alguien en quien se pudiera
confiar, alguien justo y honrado. Se postularon varios frailes para el puesto
de prior, pero entre todos ellos, destacaba un fraile joven (al que llamaremos «Sinescrupulini»),
dotado de una verborrea fácil e hipnótica que, convenientemente florida y llena
de promesas, convenció a los frailes en ser él la mejor opción para el cargo.
Así, cuando se celebraron las elecciones, el resultado fue aplastante en favor
de aquel joven fraile con un discurso brillante y que, a primera vista parecía
sincero y que, entre otras cosas, les había prometido que el menú sería variado
y que no volverían a comer lentejas a diario.
Al día siguiente de las
elecciones, los frailes comprobaron que el almuerzo consistía en un plato de
lentejas. Comiéndolas junto a los frailes se encontraba el padre «Sinescrupulini». En fin, démosle un voto de confianza, se decían los frailes.
Veremos mañana.
Al día siguiente otra
vez el plato de lentejas constituía el almuerzo de los frailes, sin embargo, el
prior «Sinescrupulini» se encontraba ausente. Al día siguiente se repitió la
historia: plato de lentejas para los frailes y «Sinescrupulini» brillando por
su ausencia. Solo cuando pasó una semana el prior compartió con los demás
frailes el plato de lentejas. Estos, visiblemente enfadados, le recriminaron
que les hubiera engañado ya que el menú consistía en el mismo plato de lentejas
que habían estado soportando durante el mandato del padre Clementino. Con un
discurso hábilmente preparado, sustentado por su verborrea fácil y manipuladora,
les dijo a los frailes que las cuentas del convento que se encontró cuando tomó
posesión del cargo de prior, eran nefastas. Que el padre Clementino le había
dejado una herencia de deudas y que a corto plazo, la economía del convento no
estaba en disposición de cambiar el menú de los frailes. De nuevo les convenció
de que cuando la coyuntura económica se mostrara más favorable abordaría sin
dilación el cambio del menú en el almuerzo de los frailes. Por el momento solo
sería variado su propio menú, pero que, eso sí, para que no le tacharan de
insolidario, compartiría el plato de lentejas no una vez a la semana sino dos. «Así
os demuestro que mis intenciones son buenas y que solo la mala gestión del
padre Clementino durante su mandato hace que no pueda cumplir por el momento,
ninguna de las promesas que os hice en campaña electoral».
Los frailes quedaron
convencidos de las razones que esgrimió el prior y quedaron a la espera de que
mejorara la economía del convento. Algo que nunca llegó a suceder bajo el mandato
del padre prior «Sinescrupulini».