BIENVENIDOS A YUMYS GALAXY, EL RINCÓN DE F.J.M. (MARCO ATILIO).

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Guarrini

 

Cuando uno va a disfrutar de una buena comida en un restaurante, acompañado de la familia, lo que menos espera ver es a un individuo luciendo, sin el menor recato, literalmente medio culo.

Es lo que ocurrió hace pocas fechas en las que decidimos salir a comer en un conocido restaurante.

Estábamos degustando unos sabrosos entrantes cuando en la mesa de al lado se sentaron otros comensales, un matrimonio joven con una niña pequeña y otra pareja de más edad.

Este individuo al que me refería al principio era un hombre joven, de unos treinta y tantos años que una vez que se sentó en la silla, lo hizo de lado (de media anqueta como diría mi padre) de forma que nos daba la espalda. Al mirar sin mirar a mi alrededor, no pude por menos que fijarme en aquel ejemplar que exhibía, sin el menor pudor, medio culo con su correspondiente raja ya que los pantalones se le habían bajado cual fontanero arreglando una cañería.

«Guarrini», así lo llamaremos, ajeno a nuestras miradas, las de mi mujer, las de mi sobrina, mi nuera y en fin, las de todos los que nos encontrábamos contemplando el repulsivo espectáculo y que no dábamos crédito a lo que veíamos, nos obsequió con la imagen de sus nauseabundas nalgas durante un tiempo considerable.

Para más inri, haciendo honor a sus modales porkinianos, «Guarrini» se quitó la mascarilla y la dejó encima de la cuchara, el tenedor y la servilleta. Todo en una repugnante mezcolanza.

En fin, un espectáculo espeluznante el que nos ofreció el tal «Guarrini», prototipo de los personajes más impúdicos, puercos y sonrojantes que puedan campar por estas nuestras tierras patrias.

¡Con lo rica que estaba la pitanza!

NOTA: La imagen que ilustra el artículo no es del tal «Guarrini», es una imagen descargada de Internet, pero sin duda refleja muy bien el espectáculo que nos ofreció aquel personaje porkiniano.


viernes, 17 de septiembre de 2021

El presente no existe

Nuestra percepción de presente es prácticamente irreal ya que transitamos por él durante una fracción de tiempo realmente ínfima. Algo así como una mil millonésima de mil millonésima de mil millonésima de segundo por decir algo, aunque pudiera ser menos e incluso cero. La consecuencia de que el tiempo nunca se detenga es que no tenemos presente. La realidad que vivimos, o ya es pasada o está por llegar. Lo que nosotros llamamos presente es menos que un suspiro en la inmensidad del tiempo cósmico. Así pues, «El presente no existe», a pesar de que nosotros creamos que sí. Solo basta profundizar un poco  para darse cuenta de que realmente no hay presente, y si lo hay es tan efímero que el tiempo que estamos en él es ridículamente insignificante.

En el siglo XVI, el filósofo francés Michel de Montaigne se refirió a este tema con estas palabras: «No existe el presente. Lo que así llamamos no es otra cosa que el punto de unión del futuro con el pasado». Una afirmación esta con la que estoy totalmente de acuerdo.

miércoles, 15 de septiembre de 2021

El plato de lentejas

 

Hace algún tiempo, un amigo me contó una ficticia y metafórica historia sobre unos frailes, un prior y un convento para ilustrarme sobre lo que era la política y los políticos. Hoy rescato aquella historia que la transcribiré, si no en su literalidad, sí conservando la moraleja que encierra. Que no es otra que la de “no te fíes de los políticos y sus promesas”. La historia comienza así:

Había una vez un convento en donde convivían unos 50 frailes y a cuyo mando estaba el padre prior, un individuo bajito y rechoncho llamado Clementino.

Desde hacía algún tiempo se venía palpando entre los frailes cierto malestar porque la comida principal siempre consistía en lo mismo: un plato de lentejas. Lloviera o tronara, hiciera calor o hiciera frío, el plato de lentejas nunca faltaba a su cita con el almuerzo de los frailes.

Los frailes, enojados con lo que consideraban una injusticia, comenzaron a preguntarse (en busca de la causa por la que todos los días comían lo mismo) por qué el padre Clementino solo comía con ellos una vez a la semana. Los demás días se ausentaba arguyendo mil y una excusas. Tras hablarlo entre ellos, se pusieron a investigar y al cabo de un tiempo encontraron la razón de las ausencias del prior. Resultó que en connivencia con el hermano cocinero (que siempre comía en la cocina), el menú del padre Clementino (y del mismo cocinero) era de lo más variado y solo comían lentejas una vez a la semana, el día que el padre Clementino comía junto a los demás frailes.

Respetando su voto de obediencia y aprovechando que las elecciones para prior habían de celebrarse prontamente, aunque enojados en sus adentros, no replicaron ante aquella clara manifestación de egoísmo por parte del padre Clementino.

De todas formas se afanaron en buscar un sustituto para Clementino, alguien en quien se pudiera confiar, alguien justo y honrado. Se postularon varios frailes para el puesto de prior, pero entre todos ellos, destacaba un fraile joven (al que llamaremos «Sinescrupulini»), dotado de una verborrea fácil e hipnótica que, convenientemente florida y llena de promesas, convenció a los frailes en ser él la mejor opción para el cargo. Así, cuando se celebraron las elecciones, el resultado fue aplastante en favor de aquel joven fraile con un discurso brillante y que, a primera vista parecía sincero y que, entre otras cosas, les había prometido que el menú sería variado y que no volverían a comer lentejas a diario.

Al día siguiente de las elecciones, los frailes comprobaron que el almuerzo consistía en un plato de lentejas. Comiéndolas junto a los frailes se encontraba el padre «Sinescrupulini». En fin, démosle un voto de confianza, se decían los frailes. Veremos mañana.

Al día siguiente otra vez el plato de lentejas constituía el almuerzo de los frailes, sin embargo, el prior «Sinescrupulini» se encontraba ausente. Al día siguiente se repitió la historia: plato de lentejas para los frailes y «Sinescrupulini» brillando por su ausencia. Solo cuando pasó una semana el prior compartió con los demás frailes el plato de lentejas. Estos, visiblemente enfadados, le recriminaron que les hubiera engañado ya que el menú consistía en el mismo plato de lentejas que habían estado soportando durante el mandato del padre Clementino. Con un discurso hábilmente preparado, sustentado por su verborrea fácil y manipuladora, les dijo a los frailes que las cuentas del convento que se encontró cuando tomó posesión del cargo de prior, eran nefastas. Que el padre Clementino le había dejado una herencia de deudas y que a corto plazo, la economía del convento no estaba en disposición de cambiar el menú de los frailes. De nuevo les convenció de que cuando la coyuntura económica se mostrara más favorable abordaría sin dilación el cambio del menú en el almuerzo de los frailes. Por el momento solo sería variado su propio menú, pero que, eso sí, para que no le tacharan de insolidario, compartiría el plato de lentejas no una vez a la semana sino dos. «Así os demuestro que mis intenciones son buenas y que solo la mala gestión del padre Clementino durante su mandato hace que no pueda cumplir por el momento, ninguna de las promesas que os hice en campaña electoral».

Los frailes quedaron convencidos de las razones que esgrimió el prior y quedaron a la espera de que mejorara la economía del convento. Algo que nunca llegó a suceder bajo el mandato del padre prior «Sinescrupulini».


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