Aquí, en el patio delantero de mi casa,
fumando un cigarrillo. Son las 12 y media de la noche y España está en
cuarentena por el maldito coronavirus.
Muchas veces he hecho esto antes y
normalmente el silencio a esas horas es el que predominaba, pero de vez en
cuando lo rompía el sonido del motor de un coche al pasar, o el murmullo de
alguna conversación lejana. Pero hoy es algo diferente. Hoy el silencio es
extraño, misterioso y muy profundo. Se puede oír… ¡el silencio! Es como si la vida hubiera dejado de fluir.
Mil pensamientos acuden a mí en tropel:
Proyectos interrumpidos, ilusiones cortadas, esperanzas quebradas… de mucha
gente, al menos por el momento. Pienso en mis compañeros y compañeras del
hospital: médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería, celadores, pinches,
limpiadoras… Cada uno importantísimo en su labor. Maravillosos profesionales
que se exponen cada día al maldito virus y que realizan una labor (a veces no suficientemente valorada)
fundamental para la sociedad. Ojalá estuviera yo junto a ellos y ellas, y juro
por Dios que no es hipocresía.
En mis ya largos años de vida no creí
que podría llegar a vivir un momento como este. Supongo que lo mismo les pasará
a otras personas.
Cuando todo esto pase veremos el
alcance que tiene el paso por nuestras vidas de un enemigo diminuto, que no
podemos ver, pero que es poderosísimo. Ha sido capaz de (por el momento)
doblegar el mundo entero.
Acabo mi cigarrillo, Morfeo me llama a
voces, es hora de pensar en acostarse. En fin, un día más en la guerra del
mundo contra el coronavirus.