Si
yo fuera el planeta Tierra, reflexionaría sobre la mala suerte que tuve cuando
el ser humano pisó por primera vez mi superficie. Me diría que los humanos son
una especie dañina para mí, que sufro un calentamiento progresivo a causa de
los gases que vierten sobre mi atmósfera, los vehículos y las fábricas de los
seres humanos. Que padezco un deterioro constante e imparable de mis grandes
zonas oceánicas por el vertido, sobre mis aguas, de plásticos, aceites,
combustibles y toda clase de productos nocivos para las especies que las
habitan, y para las mismas aguas que tan bonitas dicen ser de contemplar por
los mismo seres que las deterioran.
Intento
por todos los medios curarme, regenerarme… pero eso lleva tiempo, y no me lo
dan. En realidad, no me dan ningún tipo de tregua. Craso error, porque yo soy
el único hogar para vivir que tiene esta especie descerebrada. Es como si
quemaran la casa con ellos dentro. ¡Pobres idiotas!
En
fin, fue ciertamente una mala noticia para mí el advenimiento de esta nociva
especie. A veces me asaltan ideas curativas, aunque apocalípticas, y me digo: ¿qué
pasaría si chocara contra un meteorito de unos 500 km de diámetro y esquilmara
toda vida sobre la Tierra? Pues que yo, como planeta, seguiría subsistiendo y,
tras unos cuantos miles de años, volvería a ser la Tierra sin contaminación ni
efecto invernadero. Sin plásticos ni combustibles que envenenen las aguas de
mis océanos.
Es
muy posible que murieran muchas buenas personas, porque dentro de esta especie hay
ejemplares valiosos, pero también desaparecerían las malas hierbas que campan por
mi hermoso suelo, dañándolo y envenenándolo.
Habría,
sí, muchos daños colaterales en las demás especies que viven sobre mí. Sería un
sacrificio masivo, lo sé, pero seguramente el daño se daría por bien empleado
con tal de deshacerme de una forma de vida que ha demostrado ser tan nociva
para mí.
Y,
tras unos cuantos millones de años, la vida volvería a florecer de nuevo sobre mi
suelo. Espero que ya sin esa variedad perniciosa llamada ser humano.