Hoy, 16 de junio, cumplo 67 años. No sé si
alegrarme o entristecerme. Y es que, a partir de cierta edad, el día de nuestro
cumpleaños se convierte en un día triste y alegre a la vez. Triste por tener un
año más y alegre por haber llegado a tenerlo, y yo ya estoy en esa cierta edad,
así que mis sentimientos son encontrados.
67 años dan para mucho, dan para haber vivido una infancia maravillosa, y lo digo porque mis recuerdos de aquella lejana época son especialmente agradables, por eso intuyo que aquella etapa debió ser especialmente bonita.
Dan para haber vivido una adolescencia de contradicciones, de buscar el camino correcto, una etapa de rebeldía, de riesgos, de locuras, de amoríos, de ilusiones y desengaños, de fracasos y triunfos.
Dan para haber conocido a la persona más encantadora que en la vida puedas encontrar y con la que camino por la existencia desde hace ya tanto tiempo.
Dan para haber tenido dos hijos, una experiencia maravillosa y que, desde su nacimiento, han hecho que mi vida sea especialmente atractiva e intensamente emocionante.
Dan para haber conocido a personas que vinieron a mi vida para conformar un núcleo de amistad que, en algunos casos, el tiempo y la distancia evanesció, pero que, en otros, aún siguen aportando a mi vida una experiencia enriquecedora. Mi amigo Manuel Ángel es un claro ejemplo de ello.
Dan para haber trabajado en la Sanidad Pública durante muchos años. Una experiencia especialmente positiva, fascinante, apasionante e inolvidable. Por muchas cosas, pero especialmente por las personas que conocí, las amistades que forjé y las anécdotas que viví.
Y dan para haber tenido dos nietos, dos personillas que, desde hace un año, algo más en el caso de mi nieta, alegran la monotonía de mi existencia y que, con su presencia, han hecho que recobre un cúmulo de emociones y sensaciones que ya creía olvidadas y que contribuyen, y de qué manera, a hacerme inmensamente feliz. Porque Valeria y Adrián, han venido a mi vida para llenar ese vacío existencial que algunas veces se produce a ciertas edades, cuando se empieza a vislumbrar el final del camino.
En fin, 67 años dan para mucho. Dan para conocer personas y lugares, para vivir experiencias positivas y negativas, para sufrir tremendas decepciones pero también sorpresas maravillosas, para reír y para llorar, para emocionarme y asombrarme, para entristecerme y alegrarme… para, en fin, ir escribiendo las páginas, a veces azarosas, otras placenteras, de mi propia historia.