¿Somos conscientes de lo que realmente somos?
¿Estamos realmente seguros de saber lo que somos en lo
más profundo de nosotros mismos?
¿Sabemos siquiera de lo que seríamos capaces en un
determinado momento…?
Yo creo que no, que pocas veces nos hemos parado a
pensar lo que somos en realidad y lo detestables que podemos llegar a ser en
determinadas situaciones, sobre todo cuando está de por medio nuestro propio
beneficio. Y es que, seguimos una máxima que se ha hecho dogma en nuestras
vidas: Primero mis dientes que mis parientes.
Nos creemos seres adorables, es una delicia convivir
con nosotros. Nos asiste la razón siempre. Las cosas que hacemos y que decimos
están estupendamente hechas y magníficamente dichas. Para obrar como lo
hacemos, siempre tenemos algún argumento que justifique y fundamente nuestra
forma de proceder. Somos poseedores de la verdad..., de nuestra verdad.
Nuestras ideas, nuestra forma de vivir y de entender
la vida son, para nosotros, el paradigma de la perfección. El camino a seguir
por otros. Intentamos en nuestras conversaciones con los demás que prevalezca
nuestro inefable criterio en la inmensa mayoría de las ocasiones.
El comportamiento de la gente que nos rodea, sus
actitudes, sus formas de ver la vida, sus creencias, sus ideas, sus
convicciones, sus maneras de vestir, sus aspectos personales, sus formas de
hablar, sus críticas, sus amores, sus pasiones, sus tristezas, sus depresiones,
sus melancolías, sus sensibilidades, sus inquietudes, sus formas de entender la
belleza, sus luchas, sus aficiones…, en definitiva, sus formas de vivir cuando
son contrarias a nuestra manera de entender esas mismas cosas, son para
nosotros actitudes y comportamientos totalmente equivocados y reprobables.
Si pensamos un poco en todo ello, veremos que en mayor
o menor medida es lo que nos pasa a todos nosotros. Es lo que se llama INTOLERANCIA, esclavos de ella como
seres humanos que somos. Y no hay nada más malvado, capaz en determinados
momentos y situaciones de las más insospechadas tropelías, que el ser humano.
Y es que, en definitiva, somos egoístas por naturaleza
y anteponemos nuestro bienestar y nuestro propio interés a cualquier otra cosa.
Así es de cruda la triste realidad en la que viven los
seres humanos desde que aparecieron sobre la faz de La Tierra, para desgracia
de la propia Tierra.
Cierto es que deberíamos ser libres para decidir
nuestro propio destino, para caminar por la vida y el mundo como mejor nos
plazca, sin restricciones ni limitaciones pero, eso sí, sin menoscabar la
libertad de los demás, sin perjudicar los legítimos intereses de las demás
personas, sin meternos gratuitamente en sus vidas y, sobre todo, respetando a
todo el mundo sin importarnos el color de su piel, su religión, sus creencias,
su modo de vivir y de pensar. Si esto sucediera algún día, (cosa por otra parte
prácticamente imposible ya que la maldad y el egoísmo son algo intrínseco al
ser humano), la vida sobre este maravilloso planeta llamado Tierra sería mucho
más placentera y, sobre todo, más justa.
Si queremos construir un futuro mejor para todos,
debemos pensar sobre unas bases éticas tan sólidas como elementales: «Ningún pueblo, ninguna nación, ninguna
persona, nada positivo se puede construir a costa de los demás».
Si para ser felices
necesitamos que no lo sean otras personas sería mejor no haber nacido, así
librábamos al mundo de nuestra inmunda presencia.
INTOLERANCIA Y EGOÍSMO II
Es una obviedad que lo leído hasta ahora refleja una
visión bastante pesimista de los comportamientos y actitudes del ser humano en
general. Acaso muchos de vosotros discrepéis de esta valoración mía tan
catastrofista. Sé que no es bueno generalizar, pero estoy convencido de que la
gran mayoría de las personas, en mayor o menor medida, encajan perfectamente en
lo descrito hasta aquí.
En cualquier caso, y con ánimo de complementar y
profundizar lo dicho, tal vez sea conveniente que base mi crítica en algo más
concreto, más histórico, más argumentado. Quizá así, hasta estéis de acuerdo
conmigo. Veamos por qué:
Es cierto que a lo largo de la historia ha habido
gentes que se han sacrificado por los demás, incluso han dado la vida por sus
semejantes, pero… también es verdad que han sido casos, a mi juicio,
excepcionales.
Que el ser humano puede convertirse en un ser de lo
más despreciable es prácticamente axiomático, ejemplos de ello hay en la
historia infinidad de casos.
No podemos olvidar a los grandes imperios (el romano,
el español) que cometieron viles y crueles asesinatos por extender su dominio,
por implantar sus creencias y sus formas de vida a quien no pensaba como ellos,
a quien discrepaba de sus dogmas, a quien se atrevía a enfrentarse a su poder.
No debemos pasar por alto La Inquisición, ¡cuántas
personas fueron sacrificadas en la hoguera en nombre de Dios! La lista de los
pobres desgraciados que cayeron en sus garras es terriblemente amplia.
No hay que ignorar el genocidio que practicaron los
norteamericanos con las tribus indígenas de Estados Unidos, arrebatándoles sus
pertenencias, sus tierras, y confinando en reservas a los pocos supervivientes,
privándoles de la libertad que en derecho les pertenecía. Existe un libro, un
libro muy bien documentado escrito por Dee
Brown titulado «Enterrad mi corazón
en Wounded Knee» que habla sobre ello, las historias que cuenta son
terribles y sobrecogedoras.
¿Nos podemos olvidar de la esclavitud practicada por
los seres humanos en diversas épocas de la historia, con el propósito de
humillar, vilipendiar y tiranizar a sus semejantes?
Tampoco debemos obviar a los Nazis, que cometieron
quizá el mayor genocidio de la historia de la humanidad. Capaces de perpetrar
los crímenes más horribles y las prácticas más espeluznantes. Éstos llegaban a
ver a sus semejantes (los judíos) como simples ratas, es por eso que no les
remordió nunca la conciencia y jamás se arrepintieron de sus actos. Los
ejemplos de las aberraciones que cometieron con el pueblo judío son grandes y
terribles.
¿Nos olvidaremos de los crímenes de Stalin…, de
Franco…, de Pinochet…, de los dictadores que a lo largo de la historia han
masacrado a su pueblo?
¿Ignoraremos a la clase política? De cualquier lugar
del mundo, pasada, presente y futura. A los políticos se les puede definir, sin
temor a equivocarnos, como: Embusteros, demagogos, aprovechados, hipócritas… y
un sinfín de feos calificativos, porque lo que busca cualquier político, sea de
la época que sea, es el de enriquecerse lo antes posible aprovechándose de su
posición de ventaja, sin importarle lo más mínimo los medios que utilice para conseguirlo,
ni a las personas que pueda perjudicar en su intento. Así ha sucedido siempre y
así seguirá sucediendo. Hay una frase que describe muy bien lo que es un
político, la pronunció (y esto sí que es extraño) otro político, Louis McHenry Howe, amigo íntimo y
asesor personal del presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt, dijo McHenry: «Nadie puede adoptar la política
como profesión y seguir siendo honrado».
Tampoco se nos pueden pasar por alto los empresarios,
muchos, gente sin escrúpulos, gente vil y egoísta que su único fin es
enriquecerse a costa del pobre trabajador que tienen bajo su yugo, explotándolo
por un mísero salario y siempre con la amenaza constante del despido en cuanto
se atreva a levantar la voz y se rebele contra las injusticias de esta ralea
con una voracidad, egoísmo y mezquindad sin límites.
No podemos olvidarnos de tantas y tantas ruindades de
personas que están a nuestro alrededor: Jefecillos de pacotilla, como los que
abundan por desgracia en las grandes empresas, gente menor, con bajísima
catadura moral, que humillan y zahieren a sus subordinados sin el menor
escrúpulo. Gente que mata a sus esposas. Personas que se matan en peleas
callejeras por, probablemente, cosas tan triviales como una discusión de tráfico.
Hermanos que se matan o dejan de hablarse para toda la vida por una herencia...
Entre el amor y el odio hay un paso muy corto.
Mientras las personas de las que nos rodeamos no sean una carga para nuestros
intereses, y piensen más o menos como nosotros, todo puede ir razonablemente
bien y pensaremos de ellas que son muy buena gente. Ahora, en cuanto nuestros
intereses económicos o de otra índole estén más o menos en riesgo, en cuanto
las personas sean muy contrarias a nuestras convicciones y formas de ver la
vida, en cuanto nos hagan una «putada» a pesar de habernos hecho multitud de
favores anteriormente, las cosas ya no serán como antes, porque somos así de
cínicos. Ya lo dice el refrán: “Hazme cien cosas buenas y malas una y no me
has hecho ninguna”.
En fin, el egoísmo pienso
que va marcado a fuego en el ser humano, hay benditas excepciones pero… ¡son
tan pocas!