BIENVENIDOS A YUMYS GALAXY, EL RINCÓN DE F.J.M. (MARCO ATILIO).

martes, 29 de septiembre de 2015

Ese hombre es Dios

hombre burro
Hoy os voy a contar un cuento con el que me he reído en no pocas ocasiones. Un cuento que me ha contado mi padre muchas veces y que a él se lo contó mi abuelo, por tanto es un relato que sospecho nace en las mismas profundidades del tiempo. El cuento podíamos titularlo “Ese hombre es Dios”. Es algo largo, pero merece la pena, al menos podréis pasar un rato bastante divertido, os lo prometo.

Si lo leéis podéis comprobar que transmite una gran moraleja: Lo inmensa que puede llegar a ser la estupidez humana.  Comienza así:

Un aldeano, con su burro, fue al bosque a por leña. A la vera de un camino se subió a un árbol y se dispuso a cortar una gran rama. Lo hacía sentado a horcajadas mirando al tronco del árbol y cortando la rama por el interior, entre él y el tronco. De seguro caería junto con la rama incluso antes de cortarla en su totalidad. En ello estaba cuando acertó a pasar por el lugar un caminante, que al ver al aldeano y el porrazo que iba a dar en breves momentos se paró y le dijo:

- Buenos días buen hombre.
 
El aldeano devolvió el saludo:
 
- Buenos días tenga usted señor.
 
- ¿Qué, cortando un poco de leña? Preguntó el caminante.
 
- Pues sí, ya empieza a hacer frío y ya se hace necesaria para calentarse… y cocinar. Repuso el aldeano.
 
El caminante, que no daba crédito a la manera en que estaba intentando cortar la rama el aldeano, le dijo en un tono entre amable e incrédulo:
 
- Perdone pero… ¿usted se ha dado cuenta que cuando corte la rama se va a pegar un porrazo de campeonato?
 
- ¿Cómo dice usted? Contestó el aldeano.
 
- Digo que cuando corte usted la rama, se pegará un porrazo contra el suelo, porque está usted sentado en el trozo que caerá cuando apenas termine de cortarla. Caerá usted junto con la rama.
 
El aldeano, visiblemente contrariado replicó:
 
- Bueno, ¿y usted qué sabe de estos asuntos? ¡Déjeme cortar la rama en paz y siga su camino! ¿Usted qué sabe de estos menesteres?
 
- Pero hombre de Dios, no se ha dado cuenta que…
 
El aldeano no dejó al caminante terminar la frase y en un tono amenazador dijo:
 
- ¿Es que pretende usted enseñarme a cortar leña? ¿No tiene nada mejor que hacer que meterse con la forma en que hago mi trabajo? Ya le he dicho que siga su camino y me deje usted en paz.
 
El caminante, entre sorprendido y algo malhumorado por el tono en que le hablaba el aldeano, decidió seguir su camino y dejar que el besugo aquél cayera al suelo cuando cortara la rama.
 
Efectivamente, no había terminado el aldeano de cortarla cuando esta se resquebrajó cayendo rama y aldeano al suelo con gran estrépito. Por suerte para él no le ocurrió nada grave, tan solo algunas desolladuras y magulladuras.
 
Cuando se repuso un tanto del porrazo el aldeano pensó en voz alta:
 
- Vaya, qué batacazo me acabo de dar. Es increíble que el hombre con el que he estado hablando no ha mucho tiempo haya predicho este desaguisado. ¡Virgen Santa! ¿Será posible? No hay duda, ese hombre es Dios. No tengo la menor duda.
 
Se levantó del suelo, cogió su burro y salió en pos del caminante al que alcanzó prontamente.
 
- Eh, señor. Pare un momento. Por favor deténgase.
 
El caminante, al oír las voces y los aspavientos del aldeano se sobresaltó un tanto, pero picado por la curiosidad detuvo su marcha y esperó a que llegara hasta él el zoquete que había conocido unos cientos de metros más abajo. Al fin este llegó montado en su burro. Se apeó del animal y se acercó al hombre que lo esperaba con cara de no entender muy bien qué es lo que ocurría. Entonces el aldeano dijo:
 
- ¿Se acuerda usted de mí?
 
- Pues claro que sí.
 
- ¿Y se acuerda que usted me dijo que me iba a caer del árbol en cuanto cortara la rama…? Pues me he caído.
 
- Bueno, eso era más que evidente, cualquiera lo hubiera adivinado.
 
Al caminante le costaba horrores contener la risa.
 
- ¡¿Cómo evidente?! No sea usted modesto amigo. ¡Usted es Dios! Usted me dijo que me caería y me he caído… usted es Dios.
 
El caminante no creía lo que estaba oyendo.
 
- Pero hombre, yo como voy a ser Dios.
 
- Sí, sí, usted es Dios. Y como es usted Dios tendrá que decirme cuándo me voy a morir.
 
- Pero que yo no soy Dios.
 
- Usted es Dios y no se hable más del tema. Así que le pregunto: ¿Cuándo me voy a morir?
 
El caminante negaba que él fuera Dios y el aldeano insistía en que sí lo era. Tan terco se puso en su afirmación que al caminante no le quedó más remedio que decirle:
 
- Cargue el burro de leña hasta las orejas y con el burro bien cargado inicie el camino a su casa. Cuando el burro se tire tres pedos se morirá usted. ¿Ha entendido?
 
- Sí, sí, perfectamente. Cargaré el burro bien cargado y cuando se afloje tres cuescos el jumento habrá llegado mi hora. Entendido.
 
El caminante se tronchaba por dentro, se despidió del aldeano y siguió su camino luchando porque las carcajadas no afloraran inoportunamente, a las que al fin dio rienda suelta cuando se hubo separado unos cuantos metros del borrico aquel. No el de cuatro patas si no del que tiraba del ronzal.
 
Una vez que se hubo marchado el caminante, el aldeano se dispuso a cargar su burro de leña tal y como le había dicho “Dios”. Cuando lo tuvo bien cargado se encaminó a su casa.
 
Pero hete aquí que para llegar a la aldea tenía que subir una gran cuesta, una muy empinada. No había caminado ni treinta pasos de la cuesta cuando el burro soltó una sonora ventosidad. Entonces el aldeano, echándose mano a la cabeza exclamó:
 
- ¡Ay dios mío! ¡Qué malo me estoy poniendo!
 
Un poco tambaleándose por el imaginario dolor siguió cuesta arriba su camino.
 
Cuando estaba hacia la mitad de la cuesta, el burro alzó el rabo y sopló nuevamente por el ojo negro con gran aparatosidad. Entonces el aldeano se cogió la cabeza con las dos manos y se encogió visiblemente al tiempo que exclamaba:
 
- ¡Santo Dios¡ ¡Ahora sí que me estoy muriendo!
 
A pesar de su “dolor”, siguió su camino con paso vacilante, ora retorciéndose, ora gimiendo.
 
A poco de terminar la cuesta, el jumento largó el último cuesco con gran estruendo y el aldeano, al oír la “bufa”, dio un enorme suspiro y dijo:
 
- Llegado ha mi hora. Muerto soy.
 
Y dicho esto se dejó caer al borde del camino y allí quedó mientras el burro, que sabía el camino a casa, siguió andando con la carga de leña.
 
Cuando la mujer del aldeano y su hijo vieron que el burro había vuelto y que el hombre no aparecía se asustaron grandemente porque pensaron que algo malo le había sucedido, decidieron entonces tomar el camino que conducía al bosque en busca del aldeano y a poco de partir lo encontraron tumbado bocarriba a la vera del camino con los ojos cerrados.
 
Con gran preocupación se acercaron al aldeano y comprobaron que tenía algunas desolladuras fruto de la caída del árbol lo que les inquietó más aún, y aunque en un principio creyeron que estaba muerto o muy malherido ya que no se movía, cuando observaron más detenidamente el cuerpo del aldeano se percataron de que este respiraba, lo llamaron por su nombre a la par que lo zarandeaban suavemente.
 
El aldeano entonces abrió los ojos y miró a su mujer y a su hijo para volver a cerrarlos unos instantes después.
 
La mujer del aldeano lo zarandeó nuevamente pero esta vez con más fuerza al tiempo que lo llamaba por su nombre:
 
- ¡Fulano, fulano! ¿Estás bien? ¿Tienes algún hueso roto?
 
El aldeano abrió de nuevo los ojos y contestó a su mujer:
 
- No, no tengo ningún hueso roto. Simplemente que me he muerto.
 
La mujer y el hijo del aldeano se quedaron atónitos ante la contestación del hombre.
 
- ¡¿Pero cómo diablos vas a estar muerto si me estás hablando?!
 
- Mira mujer, he tenido un encuentro con Dios y me ha dicho que cuando el burro se tirara tres pedos yo me moriría, el burro se ha tirado los tres cuescos y aquí estoy, muerto porque ya me ha llegado mi hora según me ha dicho Dios en persona. Lo mejor que podéis hacer tú y tu hijo es llamar a la funeraria para que vengan con un ataúd a recogerme y seguidamente enterrarme.
 
La mujer y el hijo del aldeano mirando al hombre de hito en hito no entendían nada de nada. No daban crédito a las palabras que estaban oyendo.
 
- ¡Venga fulano!, ¡déjate de tonterías!, ¡levanta del suelo!
 
- ¡Que me dejéis digo! ¡Ya sabéis lo que tenéis que hacer!, ¡así que cumplid la voluntad de alguien que ya no está en este mundo! Les espetó el aldeano visiblemente malhumorado.
 
- Pero…
 
- No hay peros que valgan, muerto estoy y bien muerto así que idos.
 
No hubo manera de hacer entrar en razón al aldeano, así que la mujer y su hijo hicieron exactamente lo que el aldeano quería que hiciesen, avisaron a la funeraria para que fueran a recogerlo.
 
Y así, metido en un ataúd de pino, a hombros lo llevaban entre cuatro que no sabían que el hombre no estaba muerto cuando… 
 
Al entrar en el pueblo, el aldeano entreabrió la tapa del ataúd y dando un enorme suspiro dijo:
 
- ¡Ay! Cuando yo estaba vivo, por ahí se iba a mi casa.
 
Los cuatro que lo llevaban a hombros, al oír al aldeano, soltaron la caja y muertos de miedo echaron a correr despavoridos.
 
Y quiso el destino que la tapa del féretro se abriera dejando caer al aldeano fuera de la caja con tan mala fortuna que golpeóse la cabeza y cayera muerto en el acto.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
 
Moraleja: La estupidez humana no tiene ninguna clase de límites y ejemplos de ello los encontramos a patadas todos los días. ¡Y es que hay por ahí cada jumento!










































































































































10 comentarios:

Isabel BP dijo...

Pues tienes razón, hay mucho jumento suelto por estos mundos de Dios, y por mucho que les razones ellos no dan su brazo a torcer.
Este cuento o moraleja me lo contó mi padre una vez y me hizo mucha gracia; según él se lo contó su abuelo, así que debe ser un relato muy antiguo y extendido. A mí me encantan estos relatos de tradición oral que se han ido extendiendo a través de generaciones, muchos de ellos si no todos al menos si la inmensa mayoría tienen una finalidad didáctica.

F.J.M. (Marco Atilio) dijo...

Oye, pues no tenía ni idea de que esta fábula fuera conocida lejos de estas tierras andaluzas. La verdad es que me ha sorprendido gratamente. Tendré que hablar con mi padre a ver de dónde proviene este cuento, si es que lo sabe. Lo que sí sé es que mi padre, hace muchos años, trabajó por tierras murcianas. ¡Mira que si aprendió por allí el cuento y luego se lo contó a mi abuelo! También pudo ser al revés, porque me consta que mi abuelo también anduvo por aquellas tierras tuyas Isabel. Aunque de ello hace muchísimos años lo que demuestra que el cuento es antiquísimo, nacido probablemente hace muchos, muchos años fruto del folclore popular.

Isabel BP dijo...

Bueno, en realidad yo soy extremeña-nací en Cáceres- pero llevo muchos años en Murcia. Yo creo que es de esos cuentos que se transmiten generación tras generación de ahí que también se halla extendido geográficamente. Habrá que investigar su origen.

F.J.M. (Marco Atilio) dijo...

Pues sí Isabel, habrá que investigar, más que nada porque siento curiosidad por el origen del cuento. Precisamente hoy, en el trabajo, algunos compañeros me han dicho que alguna vez lo habían oído. Este relato pertenece sin duda al floclore popular de la rica lengua castellana. Y, como bien dices, ha pasado de boca en boca y se ha ido extendiendo por gran parte de la geografía española. Un saludo.

Anónimo dijo...

Yo no había oído nunca este cuento pero no veas lo que me me he reido. Se puede ser tonto y terco pero tanto. Que barbaridad.

F.J.M. (Marco Atilio) dijo...

La verdad es que lo creamos o no lo creamos hay gente que está reflejada en el cuento. No al cien por cien, tal vez, pero sí en buena parte.

Anónimo dijo...

Yo si que he oído antes este cuento. Se lo oí muchas veces a mi tío en la Castilla más profunda que es de donde soy. También a mí me ha extrañado que esta historia sea una historia conocida cuando creía que era una fábula inventada por mi tío. Las cosas que la vida te va descubriendo. Increíble.

Anónimo dijo...

Es muy bueno y yo me reflejo en el cómo lo de terco, porque como se me meta algo valla tela.
Esto demuestra que siempre a una planta mas para la terquedad y la tontura.eltopoderoso

F.J.M. (Marco Atilio) dijo...

Vaya, pues ya somos dos amigo anónimo. Yo también creí que esta historia era obra de mi abuelo o de mi padre. Y ahora resulta que, por lo visto, es una historia bastante popular. Lo que, a la par que me sorprende, también me congratula, porque es un cuento que debería conocer mucha gente para que puedan ver hasta donde llega la estupidez humana. Gracias por tu comentario.

F.J.M. (Marco Atilio) dijo...

Me consta que eres terco eltopoderoso. Te honra reconocerlo. Siempre es grato tu participación en esta tu casa.

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