Hace pocos días, un anestesiólogo del hospital
en donde trabajo, nacido en Rusia pero desde hace ya muchos años residente en
España, me preguntó por una palabra que había oído su hijo y que no sabía muy
bien qué significado tenía. La palabra en cuestión era «facha». Me preguntó qué
significaba «ser facha» y cómo se debía interpretar.
Es lógico entender que, para alguien que no sea español, el término «ser facha» le suene a chino; no así para los que somos españoles, que estamos hartos de oír esa expresión, instaurada en nuestro lenguaje desde hace ya muchos años.
La palabra «facha» es sinónimo de «fascista», así que decir de una persona que es facha equivale a decir que es fascista. Quien utiliza ese término lo hace para descalificar –y, en todo caso, denigrar– a otra persona, y muy probablemente no sepa las terribles connotaciones de este concepto. También demuestra, dicho sea de paso, un total desconocimiento de la historia.
El término fascista fue acuñado por Benito Mussolini después de la Primera Guerra Mundial, al que después se adscribió Adolf Hitler bajo la marca nacionalsocialista. Franco, por su parte, también instauró un régimen totalitario profascista en España tras la Guerra Civil y, aunque a partir de la derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial se fue deshaciendo de esa etiqueta, la simbología fascista se mantuvo hasta el final de la dictadura.
La palabra facha en España procede precisamente de la Guerra Civil. Los defensores del bando republicano se referían a sus enemigos del bando franquista con el término fachas o fascistas, y estos, a su vez, llamaban rojos a sus oponentes republicanos.
El fascismo conlleva la instauración de un totalitarismo sangriento basado en el miedo, la violencia, la tortura y la represión. Un fascista odia la democracia, es racista, intolerante y autoritario.
Normalmente, en España, la palabra «facha» se usa un tanto a la ligera, demostrando quien la emplea un total desconocimiento de sus connotaciones reales. Con ella se suele señalar a la gente cuya ideología política es de derechas, obviando que, muy probablemente, esa gente sea tan demócrata –o más– que quien utiliza la palabreja.
En resumen, ser facha o fascista implica que a la persona a la que va dirigido ese insulto se la está tachando de antidemócrata, racista, intolerante o totalitaria… y, sin embargo, no es así en absoluto en la inmensa mayoría de las ocasiones.
Entonces… ¿por qué se sigue utilizando tan equivocadamente? Pues supongo que por el aborregamiento tan manifiesto de una gran parte de la sociedad española, así como por el desconocimiento de la historia por parte de esa misma sociedad. Y por último –y no menos importante–, por la estupidez intrínseca que tienen algunas personas.
Decía mi abuelo –con muchísima razón– que la incultura hace estragos. Y quizá sea precisamente eso –la incultura, la ignorancia y el gusto por repetir sin pensar– lo que mantiene vivas ciertas palabras vacías que solo sirven para dividir. Porque, si uno se detiene un momento a reflexionar, comprenderá que los verdaderos «fachas» no son quienes opinan distinto, sino quienes pretenden imponer su pensamiento a los demás.