Duerme Valeria y duerme Adrián, dos luceros diminutos en el cielo de mi alma, dos suspiros de ternura que apenas han comenzado a caminar por el mundo.
Valeria y Adrián, tan pequeños aún, con apenas quince y trece meses de ternura, respiran calma entre sus sueños de nube, como si el propio mundo no pudiera herirlos.
Duermen como duermen los ángeles: con los párpados rendidos, los deditos cerrados sobre un peluche, y el alma flotando en algún lugar tibio que solo los niños conocen.
Valeria sueña con luces suaves, con voces que cantan desde el regazo, con mundos blanditos donde el amor es el aire que se respira, con juguetes que aún no sabe nombrar, pero ya la abrazan.
Adrián sueña con pasos inciertos, con juegos que aún no entiende, con la vida que empieza a llamarlo desde algún rincón cálido de la infancia.
Tienen mágicos sueños de algodón, de peluches, de canciones, de estrellas que bajan a la cuna a mecer sus corazones.
Quizá sueñen con su abuelo, o con mi voz que los llama, o con la luna entrando de puntillas por la ventana, y les besa en la mejilla y se resbala en la almohada.
Y mientras mis nietos duermen, la noche se va escapando de puntillas para no despertarlos, el universo se detiene un instante, y yo también sueño: que crezcan sin miedo, que vivan sin prisas, que el mundo no los hiera demasiado.
Y yo, en este momento tan perfecto, quisiera ser eterno… solo para seguir velando sus sueños.
3 comentarios:
Precioso relato. Madre mía que palabras tan bien logradas. Rezuma lirismo por los cuatro costados. Enhorabuena, simplemente maravilloso.
Muchas gracias Verónica. Celebro que te guste.
Publicar un comentario