Hace pocos días falleció en Barcelona, después de una penosa enfermedad, la mujer de mi primo Fernando. Una mujer extraordinaria por su bondad que ha encontrado la muerte cuando todavía le quedaba vida por vivir y muchos sueños por realizar. Con su muerte ha sumido en una profunda amargura a mi primo, así lo pude apreciar cuando fui a visitarlo a su casa del pueblo en la que descansa por unos días. Una casa que compraron su mujer y él con el propósito de vivir en ella durante largas temporadas alejados de la algarabía de una ciudad como Barcelona. Ellos dos eran un matrimonio ejemplar, juntos desde muy jóvenes, en su matrimonio siempre reinó el respeto, el compromiso, la tolerancia y sobre todo el amor, el profundo amor que ambos se profesaban. Por eso, entiendo que la pérdida de su adorada esposa sea todavía mucho más traumática.
En la mayoría de los casos, hablar de la muerte de nuestros seres queridos es hablar de dolor, de tristeza y de desconsuelo. Porque aunque las personas de las que nos rodeamos, nuestros padres principalmente, tengan la desgracia de sufrir una enfermedad incurable y su muerte casi la deseemos para acabar con su agonía y la muerte sea para ellos una liberación, cuando esta ocurre nos invade una sensación de tristeza y de profundo pesar. Porque, aun cuando la muerte sea también para nosotros una liberación, por varios motivos, pero principalmente (y no hay que ser hipócritas) porque ya no tenemos que seguir cuidando una persona totalmente dependiente, con todo lo que ello conlleva de sacrificio y de tiempo, un tiempo del que quizá no disponemos debido a la vorágine de nuestra propia existencia. Pues bien, cuando ocurre ese fatal desenlace, nos entristece sobremanera la pérdida del ser querido que la muerte nos ha arrebatado, aunque hayamos sufrido lo indecible con su cuidado y con su dolor. Pensamos que las cosas podían haber sido de otra forma, que nuestro padre, nuestra madre, nuestro esposo, nuestra esposa… podían haber tenido una muerte mucho más placentera y dulce si es que la muerte tiene algo de placentero.
De cualquier manera, nuestro dolor por la pérdida del ser querido queda paliado en gran manera si la muerte le sobreviene tras una larga y penosa enfermedad o si fallece después de una larga vida, 90 años o más. En el primer caso nos consuela el final de su dolor y en el segundo porque consideramos que la vida que tenía que vivir ya la ha vivido y que el final inevitable ha llegado cuando tenía que llegar.
Muy distinto es cuando perdemos un ser muy querido a una edad demasiado temprana. En esos casos nos aflige un tremendo dolor y nos revelamos ante lo que consideramos una terrible injusticia de la vida, del destino o de no sabemos muy bien qué. Desde luego, la más terrible experiencia y el dolor más punzante que una persona puede soportar es la muerte de un hijo, Dios nos libre de sufrirla, ya que estamos preparados para la muerte de nuestros padres, pero nunca para la pérdida de nuestros hijos. El que haya tenido la desgracia de pasar por este trance sabe muy bien de lo que estoy hablando. Probablemente sea una situación tan traumática que jamás volverás a ser la misma persona. Vivirás por inercia, pero desearás morir una y cien veces ante tu fatídica pérdida.
Sin embargo, hay otro dolor que se aproxima muy mucho a la pérdida de un hijo, y es la muerte de la propia esposa o el esposo, sobre todo si esta acaece cuando se es joven todavía, o relativamente joven. Aunque con algunos matices y uno de ellos es el amor que se profesen los esposos. Cuando se está profundamente enamorado de la persona con la que has decidido compartir tu vida, la pregunta que algunos hacen de a quien quieres más, a tus hijos o a tu mujer o tu marido se contesta fácilmente: a todos por igual, es distinto el cariño obviamente, pero no la intensidad del mismo. Si, como en el caso de mi primo, que es también el mío debo decir, has conocido a la mujer amada cuando ambos erais muy jovencitos, si durante los largos años de vida en común solo ha predominado el amor en vuestra relación, la pérdida de tu queridísima esposa es algo insufrible como en este caso. De repente pierdes el norte, no ves futuro para ti sin ella, quisieras morir, irte con ella, porque no concibes la vida sin tu amada esposa. El dolor y la tristeza por su muerte son afilados puñales que se clavan muy dentro de tu alma y no sabes si podrás superar dolor tan infinito. El solo pensamiento de que jamás volverás a verla, a tenerla cerca, es para nosotros un interminable suplicio. Un dolor tan descomunal que no sabemos si vamos a poder superarlo.
En el caso de mi primo me consta que todo ello es así, que su aflicción y su congoja son insoportables. Ellos habían hecho planes, se habían comprado una casa en Torreperogil, un pueblecito de Jaén en el que nació él y lugar de procedencia de prácticamente toda su familia, tanto por parte de su madre como por la de su padre (mi tío) que es también la mía. Una casa en la que pensaban pasar largas temporadas ya que a pesar de que mi primo se había marchado del pueblo con tres años, siempre había conservado un vínculo muy especial con la familia que quedó en el pueblo al que acudía siempre que se lo permitían las circunstancias. La casa la habían construido y decorado a gusto de su mujer, ella había puesto muchísima ilusión en ese proyecto, miraba el futuro con esperanza y soñaba con el momento de estrenar su casa del pueblo… pero ella jamás llegó a hacerlo. La implacable Parca y su guadaña se la llevó antes de que eso ocurriera.
¿Por qué ocurren cosas como esta? Una buena pregunta que tiene una difícil respuesta. Los que tienen profundas creencias religiosas dirán aquello de “¡Cuán insondables son los designios del Señor e inescrutables sus caminos!” Yo personalmente creo que cuando morimos es porque se nos acabó el tiempo que se nos ha dado, que aquí estamos para evolucionar y la muerte nos llega cuando nos tiene que llegar, si lo hace muy prematuramente es posible que nuestro nivel evolutivo haya culminado y no necesitemos seguir experimentando y conociendo más, si lo hace con mucha vida vivida es posible que todavía tengamos que pasar por alguna que otra reencarnación para alcanzar el nivel máximo en nuestra evolución. Aquí estamos para expiar nuestras culpas y corregir errores de anteriores vidas, cuanto antes lo hagamos antes nos libraremos del amargo trance de la reencarnación. Así que la muerte no tiene por qué ser un suplicio en todos los casos, depende como hayas gestionado el tiempo que se te ha dado y de cómo te hayas manejado por la vida para que con la muerte termine tu proceso evolutivo y pases a un estado mucho más placentero que el que has dejado cuando esta acaece. Me consta que la mujer de mi primo era una buenísima persona, por lo tanto es más que probable que con su muerte haya culminado su evolución y no se vea sometida al (como he dicho anteriormente) penoso trance que supone una nueva reencarnación.
De cualquier manera nada de esto mitigará el inmenso dolor de mi primo Fernando porque, al igual que todos nosotros pobres mortales, no somos capaces de ver más allá y nuestra comprensión del mundo, de la vida y de la muerte, dista mucho de su verdadera significación.
En cualquier caso, espero que supere cuanto antes la pérdida de su mujer y que Dios le dé fuerzas para seguir luchando en esta vida que, a nuestros ojos humanos, resulta a veces demasiado cruel.
Marco Atilio
10 comentarios:
Lo siento mucho. Es una pena la muerte de una mujer tan joven y llena de ilusión y proyectos.
Lo cierto es que la muerte de cualquier ser querido, y más si se trata de la familia te deja un dolor muy grande, y un vacío que difícilmente se puede llenar. Con el tiempo el dolor se va mitigando, pero ese vacío no se llena nunca por mucho tiempo que pase.
Pues sí Isabel, tienes toda la razón. Aunque el tiempo sea una losa que todo lo aplaca el dolor por un ser tan querido no desaparece nunca. Por mucho tiempo que pase como tú bien dices.
Si nos apena tanto la muerte de un ser quierido es porque no sabemos lo que hay después, es ese misterioso enigma el que nos hace vacilar ante el fin de nuestros días y el de nuestros seres queridos. Si estuviéramos seguros de que el alma es imperecedera y tuviéramos la certeza de que la muerte no es el final de todo creo que no nos apenaría tanto la pérdida de nuestros seres más queridos. Pero como no estamos seguros nuestro subconsciente da por hecho que con la muerte se acaba todo y que no vamos a tener ninguna otra oportunidad. Eso es lo que nos apena de verdad, la idea de que hemos perdido para siempre a una persona que jamás, ni en esta vida ni "en la otra" volveremos a ver.
Creo que tienes razón, el final de la vida y lo que hay detrás es una simple cuestión de fe, de creer o no creer. Posiblemente sea por eso por lo que nos apenamos tanto cuando perdemos a un ser querido, porque creemos que se ha ido para siempre, que no lo volveremos a ver y a lo mejor sí que lo vemos, aunque sea en un plano estrictamente espiritual. Es tan complejo este pensamiento que bien podríamos estar toda la vida pensando y reflexionando sobre él que nunca encontraremos una respuesta. No estamos tan evolucionados como para deshacernos de las ataduras terrenales y comprender bien la vida y la muerte y qué es lo que pasa después. Yo sí creo que con la muerte no acaba todo y que la vida es mucho más de lo que vemos y percibimos, aunque obviamente no tengo pruebas sobre ello. Lo mío es un pensamiento de simple lógica, si todo evoluciona en el universo: los planetas, las estrellas, las galaxias... el mismo Universo en su conjunto evoluciona, entonces ¿cómo no vamos a evolucionar nosotros también? Me resisto a creer que esto no sea así. Pero en fin, como dije al principio creer o no en si hay algo más allá de la muerte es una pura cuestión de fe, sobre todo para los que como nosotros estamos imbuidos solamente por pensamientos y acciones puramente materiales y terrenales.
Estoy tan de acuerdo en lo que dices de la evolución que parece que hayas leído mis pensamientos. Yo también tengo la firme creencia de que en esta vida estamos para corregir errores pasados de otras vidas y cuanto antes lo hagamos antes se nos acabará el calvario que supone vivir otra vida en la Tierra. Es increíble pero como he dicho parece que hayas leído mi pensamiento. Saludos.
Vaya, celebro que coincidamos en nuestras creencias. Gracias por tu comentario. Saludos.
siento lo de tu primo. yo creo que despues de esto no hay nada asi que no me hago ilusiones.
Gracias joshua. Una manera como otra cualquiera de ver la vida y la muerte. En este tema la fe cobra un protagonismo muy relevante ya que pruebas fidedignas de lo uno o de lo otro no hay. Así que podemos creer aquello que nos parezca más lógico con nuestra percepción de la existencia, con la vida... y con la muerte.
Siento lo de la mujer de tu primo. Estoy de acuerdo en que el dolor más terrible que una persona pueda soportar es la pérdida de un hijo. No tanto en lo de la perdida de un marido, aunque debe ser también muy traumático cuando un matrimonio se quiere mucho.
Gracias E. María. Es cierto que el dolor más grande que una persona pueda soportar es la pérdida de un hijo pero... créeme, la muerte de la propia esposa o el esposo, si el matrimonio está completamente enamorado el uno del otro también es un dolor terrible que en nada es menos intenso que la pérdida de un hijo. Al menos es mi opinión, vertida desde la experiencia de ver casos muy cercanos de personas de la familia que han perdido a sus respectivos cónyuges.
Publicar un comentario