Hoy me he acordado una vez más (lo hago con frecuencia) de mi abuelo Marcos, un hombre del campo y, sin embargo, cultísimo. Y no digo que las personas que se dedican a la agricultura no sean cultas, no, nada más lejos de mi intención, pero no es la norma, como mi experiencia me ha demostrado al tratar con muchísimos de ellos que por estas tierras jiennenses abundan mucho los agricultores.
Pero a mi abuelo Marcos le gustaba leer, y toda esa sabiduría, toda esa cultura que tenía la encontró en sus libros. En sus muchísimos libros.
Él fue el que me inculcó mi afición por la astronomía, y lo hizo durante aquellas noches de verano cuando me quedaba a dormir con él en la pequeña “choza” que construía como refugio para guardar su campo de melones y evitar que se los robaran; y juntos mirábamos la magnificencia del misterioso y bello cielo estrellado mientras mi abuelo me descubría los nombres de las constelaciones, de las estrellas y de los planetas.
De él también me viene mi afición por la lectura. Aunque yo era bastante pequeño, me acuerdo de ver a mi abuelo Marcos leerle en voz alta, con suave y cálida entonación, a mi madre, a mis tías, a alguna vecina… Guerra y Paz, Los miserables, El Conde de Montecristo… En las frías tardes del largo invierno o tal vez en las cálidas noches del verano.
Me hubiera gustado compartir con él muchos más secretos, pero las circunstancias hicieron que viviéramos en pueblos separados desde mi etapa infantil y no siempre era posible estar junto a él. Lo veía de cuando en cuando, pero no con la asiduidad que me hubiera gustado.
Recuerdo que en una de mis charlas con él, me comentaba que por el hecho de nacer debíamos pagar un tributo y este no era otro que la muerte, ese era el tributo que nos exigía la vida… ¡La muerte! Sabias palabras, porque todos y cada uno de nosotros tendremos, tarde o temprano, que pagar ese tributo. Parece una reflexión de “Perogrullo” y sin embargo no lo es. Al menos a mí no me parece que lo sea.
Bueno, como homenaje a mi querido abuelo Marcos, aquí os dejo un poema que escribí hace algún tiempo y que es, en parte, alegórico a aquellas reflexiones de mi abuelo. Lo titulé “El Tributo”. Es este:
Una casa en las afueras
de un pueblecito andaluz,
estrechas calles y aceras
entre la sombra y la luz.
Sentado junto a la puerta
en las tardes de verano,
una mirada incierta
y su bastón en la mano.
Manos por los años arrugadas,
tranquilo gesto y sereno,
las mangas arremangadas
de su camisa de invierno.
Solo con sus soledades
pensaba pasada gloria,
en su vida de verdades
rebuscando en su memoria.
El abuelo en un escaño
de vez en vez se sentaba,
del viejo parque el escaño
el único que quedaba.
Desde allí mira la gente
con su vivencia azarosa
y pasaba por su mente…
"¡en mis tiempos era otra cosa!"
En los días de invernada
se arrebujaba en la lumbre,
una historia relataba
como era su costumbre.
Así la vida pasaba
lleno de monotonías,
su existencia se apagaba
quemando sus energías.
El abuelo meditaba...:
"¡nadie en el mundo es eterno!"
y una esperanza abrigaba:
"¡con suerte paso este invierno!"
"El tributo de nacer
todos hemos de pagar,
llegamos a la vejez
la muerte viene detrás".
Era frase del abuelo;
cierto día se marchó,
ahora estará en el cielo,
su tributo ya pagó.
Marco Atilio
4 comentarios:
Un bonito tributo a la memoria de tu abuelo. Yo solo conocí a mi abuelo paterno. Falleció siendo yo muy pequeña, pero recuerdo que todos los domingos nos cogía de la mano a mi hermano pequeño y a mí y nos sacaba de paseo un rato mientras mi madre recogía la casa y hacía la comida.
Perdona Isabel por no haber respondido a tu comentario antes, es que he estado unos días en la playa y me ha sido imposible.
Yo, por suerte, conocí a mis cuatro abuelos, aunque dos de ellos (la madre de mi madre y el padre de mi padre) murieran cuando yo era todavía muy niño.
De mi abuelo Marcos, que murió cuando yo tenía 27 años, conservo muchos recuerdos aunque, por desgracia, vivíamos en pueblos distintos y no me era posible visitarlo con la frecuencia que yo hubiese deseado. De cualquier manera era un hombre admirable que encontró en los libros mucha de la erudición que atesoraba. Aunque él tenía una innata sabiduría y mucha que le dio la existencia. Todo ello unido hicieron de mi abuelo un gran talento, perdido entre los surcos y las tierras labrantías de su Torreperogil natal.
Un muy bonito homenaje a tu abuelo. Los abuelos nos enseñan a vivir y con su sabiduría producto de la mucha vida vivida nos enseñan el difícil camino de la existencia.
Totalmente de acuerdo contigo. Más sabe el diablo por viejo... si a eso unimos una persona que le gustaba ilustrarse mucho mejor. Gracias por tu comentario. Saludos.
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