Hoy hace un año que se apagó la vida de
mi padre, de nuestro querido abuelo Kiko. Aquel 19 de julio, aquella mañana
calurosa y fatídica, la parca se llevó a una persona buena y nos dejó para
siempre sin disfrutar de su entrañable presencia.
No ha pasado un día, ni uno solo, en
los 365 días que han transcurrido desde aquel tristísimo 19 de julio en que no
lo haya recordado, en que no lo haya tenido presente.
¡Ay Dios, que amargos tragos hay que
vivir a lo largo de nuestra existencia! No por esperada, la muerte de mi padre
fue menos triste. De repente aquella
persona a la que tanto quieres deja de compartir tu vida. Ya nunca, nunca, la
volverás a ver, nunca podrá aconsejarte, nunca podrás reírte con ella y sientes
un inmenso vacío que te horada el alma.
El tiempo, ese gran aliado que va
calmando cualquier mala tempestad ha pasado y me ha ido resignando y adaptando
mi vida a su pérdida, aunque sigue siendo difícil. Si estuviera todavía vivo podría
compartir con él esto o aquello me digo pero… lamentablemente no es así.
A veces voy a su tumba y, en silencio,
hablo con él. Sé que allí, en aquel hueco, solo se encuentran sus restos, que
su alma está en otro sitio, pero de todas formas le hablo. Le hablo de mil
cosas. Le hablo de fútbol, del Madrid y de sus logros deportivos. Le hablo de
mis hijos (sus nietos), le hablo de la perrilla de Javi, de su nueva bisnieta
Emma, le hablo de mí y le hablo de los problemas de la vida. También le rezo,
le rezo un padrenuestro y toco su lápida antes de marcharme y cuando me alejo
siempre vuelvo la cabeza para un último adiós. Porque sé que en aquel sitio se
encuentran los restos de mi padre desde aquella calurosa mañana del mes de
julio en que, definitivamente, lo separaron para siempre de mí y de todos
nosotros.
Por eso, hoy que se cumple un año de su
muerte quiero recordarlo especialmente y decirle allá donde se encuentre que
siempre estará en mi corazón y en el corazón de todos los que lo quisimos.
Descansa en paz querido padre, nuestro queridísimo abuelo Kiko.
Marco Atilio
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