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sábado, 19 de marzo de 2022

La gran ironía humana: ¿Por qué somos tan «buenos»?

  

¿Os habéis preguntado alguna vez a cuántas personas han matado otras personas a lo largo de la historia de la humanidad? En realidad, es un dato imposible de conocer, pero la cifra debe ser escalofriantemente alta. Seguramente de muchos cientos de millones.

Pensad en el número de muertes causadas por las guerras –directa o indirectamente– a lo largo de los siglos. Pero no solo las guerras: también los crímenes cometidos al margen de ellas. O las ejecuciones de culpables (y de inocentes) que han sucumbido apaleados, lapidados, ahorcados, quemados, crucificados, decapitados, fusilados, a garrote vil, en la cámara de gas o en la silla eléctrica.

Pensad en cuántas personas murieron durante la esclavitud, de forma injusta y arbitraria. También en las muchas que habrán muerto como resultado de peleas y disputas; acaso de manera accidental, a consecuencia de la ira del momento o –como diría el Chavo del ocho– sin querer queriendo.

Pensad también en quienes han muerto porque otras personas las dejaron morir de hambre o de sed. En la gente que habrá fallecido porque se le negó el mínimo sustento para sobrevivir, ya sea por crueldad o por políticas equivocadas. También esas muertes pesan sobre la conciencia humana.

Y es que… ¡hay tantas formas de matar!

En definitiva, ¿por qué somos tan buenos los seres humanos? Un tema, sin duda, sobre el que reflexionar.

jueves, 17 de marzo de 2022

Yo que Él no venía

 

Me pregunto si Jesucristo se atrevería a volver a la Tierra y juntarse de nuevo con esta especie nuestra llamada humanidad.

Sinceramente, si yo fuera Él, no lo haría. ¿Juntarse de nuevo con esta ralea llena de odio, avaricia, hipocresía e intolerancia, que resuelve sus diferencias a garrotazos? ¡Mala idea!

Ya vino una vez y lo humillamos, lo azotamos y lo crucificamos. ¿Y por qué? Por rebelarse ante las injusticias y ante el poder hipócrita establecido; por hablar de igualdad, de solidaridad, de paz y de amor. Por criticar la opulencia y la avaricia –«es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos»–. Por todo eso lo matamos. ¡Menudos desmanes había cometido!

Me parece que su Padre no le dijo con qué clase de gente tendría que tratar. Y creo que Dios tuvo un mal día al crearnos: cometió el mayor error de la historia del universo.

En fin, Jesús hará bien en no dejarse caer por aquí para ir de buena persona por el mundo, abogando por una sociedad más justa y equitativa. Porque, otra vez, nos lo cargaríamos. Otra cosa sería que, con su poder, viniera armado y nos diera un buen porrazo en la cabeza con la misma cruz con la que lo crucificamos. Seguro que ganas no le faltarían. Lo tendríamos más que merecido.

miércoles, 9 de marzo de 2022

Examen de aptitud

 

Hagamos un ejercicio de imaginación y pensemos en una posible solución para los problemas del mundo en general:

Imaginemos que, en cualquier país de la Tierra, para acceder al poder y ser nombrado presidente o primer ministro, independientemente de haber sido elegido en las urnas, el aspirante debiera superar un último escalón, que consistiría en un examen psicológico y de aptitudes para el cargo, realizado por un comité de reputados profesionales totalmente independientes.

En ese examen se evaluarían las capacidades de gestión, el equilibrio emocional, la empatía y la honestidad del candidato. Se trataría, en definitiva, de determinar si reúne las condiciones necesarias para ejercer una función de tanta responsabilidad sin poner en riesgo el bienestar común.

Se podrían analizar aspectos esenciales que todo dirigente debería poseer o, por el contrario, evitar a toda costa. Entre ellos, por ejemplo, los siguientes:

Capacidad de gestión eficaz de los recursos públicos, orientada a reducir los desequilibrios sociales y mejorar el bienestar de la ciudadanía.

Empatía hacia los demás, cualidad imprescindible para comprender y resolver los problemas de la gente, especialmente de los más desfavorecidos.

Integridad y honradez, para no sucumbir a las corruptelas propias de la política.

Compromiso con la igualdad en todas sus formas: de salarios, de oportunidades, entre hombres y mujeres y entre las distintas capas de la sociedad. Porque una sociedad desigual, además de injusta, es una sociedad sin futuro.

Adhesión plena a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, garantizando que nadie sufra injusticias ni arbitrariedades, y que toda persona, sea cual sea su raza, religión o creencia, disponga de unas condiciones de vida dignas. Porque, en su artículo 23, apartado 3, la Declaración Universal así lo refleja expresamente: «Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social».

Defensa firme de una Sanidad y una Educación públicas y de calidad, dos servicios esenciales para reducir las desigualdades.

En resumen, se trataría de un estudio riguroso orientado a detectar los rasgos negativos que harían a un candidato no apto para gobernar, desechando a aquellos que manifestasen el menor atisbo de xenofobia, homofobia, racismo, intolerancia, falta de empatía, propensión a la corrupción, belicismo o cualquier otra patología o desorden del comportamiento que pudiera poner en peligro el bien común y la paz mundial.

Ahora bien, dado el número de fobias, egoísmos, desequilibrios y desórdenes mentales que arrastramos los seres humanos… ¿creéis que muchos pasarían ese examen? No lo sé, pero tengo la sospecha de que nos quedaríamos sin gobernantes.

lunes, 7 de marzo de 2022

Sueño de extinción

 

Un techo donde refugiarse, un plato de comida para alimentarse, un vaso de agua, una cama para dormir, ropa para cubrirse… De cosas tan simples y tan necesarias para subsistir carecen millones de personas en el mundo. Por conflictos armados que la inmensa mayoría de las personas ni quieren ni han provocado. Por la avaricia de algunos en acumular riqueza para sí, sin importarles que muchos seres humanos se mueran de hambre. Por el placer de infringir dolor a sus congéneres por parte de ciertos ejemplares desequilibrados de nuestra especie.

Todo esto ha sido algo tan habitual a lo largo de nuestra historia que hemos llegado a verlo casi como normal. Y de normal no tiene nada, absolutamente nada. En fin, digamos que es la consecuencia lógica del proceder del ser humano desde el mismo momento en que pusimos los pies sobre la Tierra: la consecuencia lógica de una humanidad deshumanizada que no es capaz de evolucionar. La única manera de hacerlo sería desaparecer y volver a nacer. Quizá más justos, quizá más sabios.

De lo que estoy completamente seguro es de que el ser humano es lo peor que le ha pasado al mundo. Una mala noticia, ciertamente, nuestro advenimiento a este gran planeta Tierra. Para la misma Tierra y para las demás formas de vida que la habitan. Por eso, a veces, se me pasan ideas curativas –aunque apocalípticas– por la cabeza, y me digo: ¿qué pasaría si cayera un meteorito de unos quinientos kilómetros de diámetro y esquilmara toda vida sobre la Tierra?

Pues morirían muchas buenas personas, sí, pero tal vez el sacrificio mereciera la pena, ya que también desaparecería lo peor de nuestra especie: aquellos individuos que, de otro modo, seguirán causando dolor por los siglos de los siglos.

Una solución drástica, cierto, pero acaso necesaria para regenerar el planeta de «malas hierbas». Creo que el planeta mismo nos lo agradecería.

De cualquier manera, podéis estar tranquilos los que leáis esto y acaso os llevéis las manos a la cabeza por semejante desatino. Solo es un sueño que soñé… ¿o no? Ya ni me acuerdo.


martes, 1 de marzo de 2022

Lloremos con Ucrania

 

Ucrania está siendo golpeada por la barbarie de una guerra injusta y estúpida. Porque no hay nada más estúpido que zanjar nuestras diferencias a tiros y los seres humanos sabemos mucho de eso, y es que llevamos la estupidez marcada a fuego en nuestro ADN. No aprendemos de nuestros errores ni aprenderemos nunca. Solo sabemos infringir dolor a nuestros congéneres, así de diabólica es nuestra especie.

Porque Vladimir Putin, un psicópata criminal y su cohorte de psicópatas criminales así lo han decidido, han iniciado una guerra de consecuencias imprevisibles, esgrimiendo para hacerlo supuestas amenazas y recurriendo a su pasado común para deslegitimar la existencia de un país soberano al que califica de un «estado fallido» y al que considera un «hermano pequeño» al que hay que recuperar. ¿Y cómo lo hace? pues matando a los que dice son sus «hermanos», incluidos civiles a pesar de haber declarado que no se atacaría a los civiles. El cinismo llevado al último extremo.

La cuestión es que se ha iniciado una guerra que ya veremos cómo acaba. Por lo pronto se ha atacado a un pueblo que quiere ser libre y democrático y no le dejan. La carga del pasado de Ucrania es demasiado grande como para zafarse de ella sin lágrimas.

En estos tiempos oscuros, lloremos pues todos con Ucrania y con sus gentes. Lloremos por las miles de personas que perderán todo lo que tienen, que se verán obligadas a abandonar sus hogares y su país ante el horror de la guerra, dejando atrás a los seres queridos que se habrán quedado para luchar contra los invasores, dejando atrás sus recuerdos y su pasado para encarar un futuro incierto. Marcharán inundados de lágrimas y de rabia, con el puñal de la tristeza y la desesperanza clavado en el corazón.

Por el miedo a las armas que puede usar esta especie de bazofia humana llamada Vladímir, occidente no intervendrá militarmente en el conflicto. Aunque vistos los acontecimientos dan ganas de «liarse la manta a la cabeza» y «salga el sol por Antequera». Pero… ¡es tan grande el precio que se podría pagar! Mientras tanto, el pueblo ucraniano, abandonado prácticamente a su suerte, lucha con determinación ante un enemigo claramente superior. Recemos porque se le haga el menor daño posible, aunque al fin y a la postre… ¿quién devolverá la vida a los muertos?


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