Es difícil elegir entre tantos hechos y sucesos que han ido conformando mi vida y que forman parte de mi historia, sobre todo porque llegan hasta mí atropelladamente, sin orden ni concierto.
Entre ese peculiar galimatías de recuerdos, una imagen que siempre vuelve es la de la casa de mis abuelos maternos. En ella pasé casi toda mi primera infancia, –desde los dos a los cinco años– y aunque parezca extraño, todavía me quedan recuerdos de aquella época, algunos vagos pero otros bastante lúcidos.
La casa de mis abuelos era bastante grande. Nada más entrar había un portal al que se accedía tras zafarse de un enorme y pesado cortinón gris en el cual me enredé no pocas veces. La estancia la presidía un gran cuadro, cuyo motivo era la famosa pintura de Velázquez Las Lanzas y justo al lado, y a la derecha, había un sillón de madera en donde mi abuela dormitaba en las calurosas tardes del verano.
Gemía el viento del norte
cubriendo el cielo de plata,
el color que tiene el cielo
con las primeras nevadas.
Miraba atento la calle,
ya la tarde declinaba,
aquellas tardes de invierno
misteriosas y enigmáticas.
A través de los cristales
de aquella vieja ventana,
las sombras me parecían
siluetas de fantasmas.
Misteriosas a lo lejos,
de la iglesia las campanas,
con su son triste y monótono
entristecían mi alma.
¡Añoranzas y recuerdos
de mi existencia temprana!
¡Añoranzas y recuerdos
de mi ya lejana infancia...!
La luz
tenue y mortecina
escapada de la lámpara,
el sonido del puchero
cociendo sobre las brasas,
el dormitar de la abuela
en su mecedora blanca.
El libro que sostenía
en sus manos arrugadas,
leyendo el abuelo Marcos
en un rincón de la estancia.
El silencio de la noche,
el crepitar de las llamas,
el ligero bamboleo
de las sombras alargadas,
y el recitar del abuelo
con su voz serena y clara.
El sabor de aquellas tardes,
el aire que respiraba,
del hogar aquella atmósfera
suave, serena y cálida.
¡Añoranzas y recuerdos
de mi existencia temprana!
¡Añoranzas y recuerdos
de mi ya lejana infancia!
*****
Aquellas radionovelas venían precedidas de una canción que se hizo famosa en aquellos años y que prácticamente todo el mundo conocía. Esta no era otra que la canción del Cola-Cao… ¿os acordáis de la letra…?:
del África tropical,
que cultivando cantaba
la canción del Cola Cao.
Y como verán Ustedes,
les voy a relatar
las múltiples cualidades
de este producto sin par.
Es el Cola Cao desayuno y merienda.
Es el Cola Cao desayuno y merienda
ideal.
¡Cola Cao, Cola Cao!
Lo toma el futbolista para hacer goles,
también lo toman los buenos
nadadores.
Si lo toma el ciclista, se hace el
amo de la pista
y si es el boxeador, (bum, bum),
golpea que es un primor.
Es el Cola Cao desayuno y
merienda.
Es el Cola Cao desayuno y merienda
ideal.
¡Cola Cao, Cola Cao!»
El recuerdo de la especial complicidad que tenía con mi hermana pequeña acude a mi mente casi sin buscarlo…
¡Qué felices éramos! ¡Qué infancia tan bonita pasamos juntos! Me acuerdo que jugábamos a las canicas, al «pilla- pilla», al escondite…, en la vieja casona de la calle Minas.
Y recuerdo cuando hacíamos novillos y nos íbamos a pescar cangrejos en los tiempos de Palma de Mallorca. Allí hice mi primera comunión.
Vivíamos en una casa junto al mar, en el barrio del Molinar. Recuerdo que frente a la casa, pasaba una carretera y justo al otro lado, había un enorme terraplén, una especie de «acantilado» donde, a veces, las olas rompían con fuerza…, con mucha fuerza en ocasiones.
También
referimos a veces aquellos domingos de matiné. Con nuestros zapatos de charol
recién estrenados; con nuestros Chupa-Chups; más contentos que unas
castañuelas, en compañía de nuestros padres y de mi hermana mayor, para asistir
a la doble sesión que proyectaban en el cine «El Patronato» o «El Balear».
Realmente lo pasábamos bien aquellos domingos por la tarde en Palma de
Mallorca.
¡Qué bonitos tiempos aquellos... y tan lejanos!







5 comentarios:
Aun hoy mi madre ( tu hermana pequeña) me cuenta historias de su infancia y de cuando iva a hacer novillos contigo y que le llevabas acueestas para que no se quemara los pies con la arena, o cuadno en la tombola ganastes un premio y le sacastes y muñeco con colita. esa cancion del cola cao me la a cantado mi madre muchas veces acompañada de otras navideñas. Aun recuerdo cuando me contaba que jugabas con ella a los indios y los bauqeros y tu siempre tenias que ser los baqueros que eran mas fuertes. Leyendo lo de los zapatos nuevos recuerdo que mi madre me conto que una vez queria acostarse con sus zapatos nuevos puestos. y asi una y oras historias que ella tambien recuerda unida a ti con mucho cariño.
Me gusta rodearme de recuerdos, de igual modo que no vendo mis trajes viejos. A veces subo a verlos al desván donde los guardo y recuerdo los tiempos en que aún estaban nuevos y en todas las cosas que hice cuando los llevaba.
Gustave Flaubert
Precioso artículo Marco Atilio.
Uno es dueño de sus recuerdos, a veces esclavo otras (como tú) feliz protagonista. Muy bonito el post.
Bella entrada Marco, me he sentido reflejada en alguna de tus historias. Disfrutar de los gratos recuerdos que nos ha proporcionado la vida es un ejercicio imprescindible para ser feliz.
Yo también me acuerdo de aquella canción del cola-cao, y de las radionovelas de la sobremesa. Matilde Vilariño, Matilde Conesa, Pedro Pablo Ayuso, eran algunos de los actores que llenaban con su voz aquellas tardes. Bonito artículo, me has transportado en el tiempo lo cual te agradezco.
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