Cuando
vemos personas diferentes a nosotros, (en su forma de pensar, o de vestir… o de
vivir) a menudo pensamos: ¡Qué gente más rara! Pero, ¿quién se atreve a decir
lo que es raro de lo que no? ¿Nos hemos parado a pensar si los raros quizá
seamos nosotros?
No prejuzguemos lo poco habitual o lo diferente como algo anormal porque en muchos ámbitos de la vida la línea que separa la «normalidad» de lo que no lo es, es prácticamente invisible.
A veces, lo habitual u ordinario no tiene por qué ser taxativamente lo idóneo, puede suceder que, influenciados por el entorno o por otras causas, estemos equivocados y convirtamos en costumbre, y por ende en «normal», nuestra manera de pensar, obrar y vivir, aunque a lo mejor estemos equivocados.
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