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miércoles, 13 de marzo de 2024

Morir a los 54

 A modo de introducción:

Puede que el número 54 tenga alguna connotación especial, puede que probablemente no la tenga y todo sea fruto de la casualidad. Lo cierto es que la muerte se ha llevado a dos compañeros y amigos muy queridos por mí. Y también, hace pocos días, la parca arrebató al marido de una gran compañera y amiga. Todos ellos nos han dejado a la edad de 54 años. Es curioso pero es así y se me ha pasado por la cabeza si ese número, en relación con la muerte, tenga algún significado oculto, aunque pronto he desechado esa idea y pienso que todo es fruto de la casualidad.

Sea como fuere, se me ha ocurrido, a modo de homenaje, dedicarles lo que leeréis a continuación. Se trata de lo que sentiría alguien cuando muere a esa temprana edad, por supuesto siempre bajo mi punto de vista. Está basado en lo que escribí con la triste ocasión de la muerte de mi compañera y amiga Pilar, fallecida en 2018 cuando contaba, ¿cómo no?, 54 años. Es por eso que la narración está hecha desde la  perspectiva de una mujer, aunque perfectamente extrapolable a cualquier persona sea hombre o mujer. Me basé para escribir aquello en un viejo poema que escribí tras el fallecimiento de mi suegro allá por 2003.

En fin, aquí tenéis lo que en su día dediqué a mi compañera Pilar con algunas modificaciones. En esta ocasión lo he titulado «Morir a los 54»:

A la memoria de mi compañera y amiga Pilar Suárez,

de mi amigo y compañero Antonio Tejero y del marido

de mi querida compañera y amiga Antonia Collado.

Se apagan las risas de los niños, y el canto de los pájaros. El sol de la primavera ya no calienta. El silencio, poco a poco.

Quisiera gritar y no puedo. ¿Qué me pasa? Me siento extraña… y sola, terriblemente sola.

Siento como si no hubiera lluvia, como si no hubiera viento, como si no hubiera sol, ni árboles, ni montañas… Como si no hubiera nada, como si nada existiera.

¿Dónde están mis hijos? ¿Y mi marido? ¿Por qué lloran? ¿Por qué lloran todos?

Poco a poco el silencio.

¡Y esta terrible soledad! ¡Y el frío, siento mucho frío! Y todo es oscuridad, una oscuridad terrible y arrebatadora. Empiezo a sentir miedo. Y es que… ¿por qué no puedo moverme?

Me gustaría saber qué está pasando, ¿por qué siento este vacío?

Yo quiero ver a mis hijos, a mi marido, a mi familia, a mis compañeros y compañeras... Pero no puedo, todo es oscuridad.

¡Tengo tantas preguntas! ¡Necesito tantas respuestas!

Silencio, todo es silencio…

No, ahora no, de repente empiezo a comprender. Ahora vienen las repuestas. Como una luz vienen a mí, a mi ser… ¡A mi alma!

¡Mi vida se ha acabado!

¡Dios mío!

¡Si solo tengo 54 años y aún tantas cosas por hacer!

Yo no quería morir tan bruscamente, no, no quería…, no tan pronto.

No…, por mis hijos. No…, por mi marido.

He luchado por la vida con todas mis fuerzas pero no he podido vencer…

¡A la muerte!

¡Dios mío!, ¡Dios mío!

Sin embargo… Ahora ya no hay dolor y sí mucha paz.

Paz, tranquilidad, sosiego… por todas partes.

Sorprendentemente me siento bien, incluso no estoy triste. ¿Debería estarlo?

Sé que algún día los veré de nuevo, no sé por qué lo sé, pero lo sé. Por eso no estoy triste.

Y todo el amor que me llevo… de mis hijos, de mi marido, de mi familia, de mis compañeras y compañeros... me reconforta.

Quisiera gritarles que no tengan pesar por mí. Lo hago, lo estoy haciendo pero…

No me oyen.

¡Lástima!

Decirles que los echaré de menos, pero que nos volveremos a ver... algún día.

Mientras, todo se diluye y se desvanece; solo queda el silencio… el silencio… solo el silencio… ¡y la esperanza!

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