Esto
que sigue a continuación no pretendo que lo entendáis, son simples reflexiones que de un
tiempo a esta parte me hago con cierta frecuencia. Reflexiones en voz alta que
comparto con todo aquel o aquella que pueda pasarse por este blog. Y mira, a lo
mejor alguno/a se identifica con ellas. ¿Quién sabe?
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“El tiempo
y la distancia son poderosos aliados del olvido, y aunque a las personas nos
queden los recuerdos, estos se van difuminando con el paso de los años”. Esta frase que acuñé
en 2005, es una verdad prácticamente axiomática.
Durante
veintitantos años trabajé acometiendo una labor que me encantaba hacer. Para mí
no era un trabajo, era una satisfacción y un honor contribuir con mi pequeño
grano de arena a la noble tarea de ayudar a los demás.
Día
por día durante todos esos años, me rodeé, en su gran mayoría, de gente maravillosa. Compañeros y compañeras
que, desde su distinta responsabilidad profesional, cooperaban conmigo… y yo
con ellos, para poder brindar una calidad asistencial lo más eficaz y humana
posible.
A
lo largo de todos esos años fui creando un vínculo precioso con muchísimos de
ellos, de compañerismo y en muchos casos de amistad.
Solo
la mala suerte me separó de esa dulce rutina diaria de la que disfrutaba. Mala
suerte en forma de operación quirúrgica que me apartó definitivamente de
aquellos/as que habían compartido mi vida durante tantísimo tiempo, llegando a
convertirse en mi otra familia, mi familia profesional y por la que siento
tanto cariño.
Pero
ese cuento maravilloso se quebró por culpa de una maldita lesión que me impidió
seguir con aquella dulce rutina, y que me separó para siempre de unas magníficas
personas de cuya presencia disfrutaba a diario.
Ha
pasado mucho tiempo, demasiado tiempo. La frase del principio empieza a cobrar
todo su sentido. El tiempo es un viento demasiado fuerte que hace muy difícil
caminar en su contra. Ese viento lo va arrollando todo. Las relaciones
interpersonales que mantenía en otra época, frescas, diarias, las diluye como a
un azucarillo disuelve el agua.
Ya
no soy partícipe de esa cotidianidad de tantos años y lo que sucede en aquel
espacio, que fue mi segunda casa durante tanto tiempo, hace mucho que me
resulta totalmente ajeno. Incluso hay demasiadas caras nuevas, gente que no
conozco y que no he conocido y con la que no me une ninguna clase de vínculo.
Esa renovación, lógicamente necesaria, hace que todavía me resulte más lejano…
o diría mejor, más extraño, aquel espacio por donde transitara durante una
buena parte de mi vida. Ya nada es igual.
Echo
la vista atrás y todavía siento una añoranza que incluso llega a ser
despiadada. Porque me acuerdo de muchas personas que me hicieron feliz con tan
solo su presencia. Que las veía casi a diario y que ahora están tan lejos. Ya
solo existen en mis recuerdos porque no las veo (salvo raras excepciones)
prácticamente nunca. Solo en algún evento social aislado coincido con varias de
ellas, solo unas pocas horas, luego… se alejan de nuevo durante, otra vez
mucho, mucho tiempo.
Tengo
la sensación de que no he pasado página, de que sigo anclado a un pasado que,
aunque dulce, su recuerdo me sigue torturando por lo que pudo ser y no fue. No
acabo de acostumbrarme a este forzado y definitivo alejamiento. Y es que,
realmente hay cosas que me siguen atando a ese pasado. Cosas probablemente un
tanto subjetivas, pero que necesito vencer y liberarme al fin de las ataduras
de un tiempo que jamás volverá y que en nada me benefician emocionalmente.
Hay
una frase anónima que me parece muy sabia y que refleja muy bien mi problema,
la frase dice: “Es gran error arruinar el
presente, recordando un pasado que ya no tiene futuro”.
Los
recuerdos hay que disfrutarlos cuando son bonitos, los míos lo fueron durante
esa época, y disfruto de ellos con frecuencia; pero no puedo, ni debo, anclarme
a un pasado que definitivamente quedó atrás.
En
cualquier caso, espero conseguirlo más pronto que tarde. Supongo que lo haré en
cuanto consiga poner fin a una serie de cuestiones que hoy por hoy obstaculizan
esa tarea. Sé que no será fácil, aunque alguna vez tendré que acometer esa
difícil misión. Cuando lo haga podré desligarme definitivamente de ese dulce
pasado pero que, en definitiva, no deja de ser pasado.
Y
termino con otra de mis frases, creo que acertada también (y perdón por la
inmodestia). Aquella que dice: “Las personas pasan, las cosas pasan, todo
queda atrás, se apagan los recuerdos, solo queda el olvido. Es el precio que se
cobra… ¡El implacable paso del tiempo!”.
Marco
Atilio
2 comentarios:
Mira Marco, no puedo estar más de acuerdo contigo. El pasado pasado es, aunque fuera dulce como dices, pero agarrarte a él además de ser un error es también estéril, porque, aunque queramos, jamás, jamás, volverá. Un saludo.
Toda la razón. Cuanto antes nos acostumbremos a nuestra situación presente mejor para nuestra salud emocional.
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