Coronamos
la montaña de la vida en plenas facultades físicas y mentales, luego, sin prisa
pero sin pausa, empieza el deterioro físico y mental, nos sobrevienen los
achaques y nuestra memoria se resiente, y para colmo, nuestra percepción del
paso del tiempo se distorsiona y tenemos la sensación de que los días duran
mucho menos de 24 horas. En algunos casos nos hacemos dependientes y, sin
ayuda, nos cuesta un mundo seguir adelante, a veces, ni siquiera lo conseguimos.
Nuestros recuerdos vuelan hacia gente que nos era muy querida y que ya no está entre nosotros. Nuestros padres hace tiempo que murieron y a lo mejor también nuestro propio cónyuge, algún hermano quizá. Notamos su falta y nos sobreviene la melancolía de su pérdida.
Nuestros días son días vacíos, sin ilusiones y tremendamente aburridos… Nuestro pensamiento juega un poco con algo triste e inevitable, pero que, en el fondo, deseamos que se produzca cuanto antes dado nuestro deterioro. Incluso elevamos una plegaria implorando porque ese desenlace llegue pronto. Emocionalmente ya estamos preparados para nuestra última singladura porque de alguna manera presentimos que ya hemos cumplido nuestro ciclo vital. ¡Estamos preparados para morir!
Probablemente sea lo que habéis leído, fiel reflejo de las circunstancias que rodean a las personas que viven muchos años con manifiesto deterioro físico. Lo he constatado de forma empírica en mi padre, fallecido en 2017 con 91 años, y lo estoy comprobando en mi madre que ya tiene 93, y aunque todavía es autosuficiente (a Dios gracias), su paulatino deterioro físico y cognitivo es más que evidente. Tanto a él como a ella, en no pocas ocasiones, les he escuchado rogar porque la muerte los visite cuanto antes. «¿Qué hay que hacer para morirse?» me decía mi padre cuando su salud estaba sumamente deteriorada.
Yo todavía no he llegado a tener que enfrentarme con esa tesitura porque todavía no he llegado a esa etapa de mi vida, si es que llego claro, aunque me estoy acercando a pasos agigantados. Sea como fuere, yo supongo que en realidad nadie quiere morirse pero…, cuando se viven muchos años llega un momento en que, aunque no quieres morir, sin embargo, estás cansado de vivir y con más razón si tu salud es precaria. Eso daría respuesta al porqué del «deseo» de morir cuanto antes de mi padre y ahora de mi madre, una vez llegados los años sombríos de su existencia.
Luego será lo que Dios quiera que dirían algunos, aunque le imploremos que el momento de partir esté próximo. Lo que sí está claro es que nacemos para morir, lo ideal sería hacerlo lo más tarde posible y en las mejores condiciones físicas y mentales posibles. Sin embargo, tristemente no siempre es así y nuestros últimos años pueden convertirse en un infierno a poco que el azar caprichoso dictamine que así sea.
En cualquier caso, si vivimos muchos años, hay otros factores que nos llevarán a desear la muerte: La soledad, la falta de ilusiones, de esperanzas, la dependencia de los demás, la añoranza de los seres queridos que partieron antes…
Y cuando al fin suceda y nos encontremos en un abrazo eterno con la parca, la naturaleza seguirá su curso… sin nosotros. Porque realmente, a la naturaleza le importamos un comino.
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