Cuando detrás de los cristales de mi
ventana, contemplo ensimismado la fina lluvia de los días grises de finales del
otoño…
Cuando paseo por el campo algunas
mañanas de primavera, aquellas en que el rocío de la aurora cubre de un hermoso
velo cristalino las hojas de los olivos y la hierba verde y fresca de los
campos de labranza…
Cuando desde el «Paseo de Las
Murallas», miro el horizonte en los calurosos atardeceres del mes de agosto,
justo cuando el sol se va poniendo y su luz púrpura cubre de sangre las
siluetas, agrandadas por las sombras, de los olivos centenarios…
Cuando en el recogimiento del hogar, en
las frías noches del invierno, a solas con mis soledades y el extraño silencio
que rompe de vez en cuando el ulular del viento del norte…
Cuando en fin, me envuelve esa extraña
melancolía que quizá todos sintamos a veces, sobre todo cuando la nostalgia y
los recuerdos se apoderan de nosotros.
Es en esos momentos cuando mi mente se
llena de imágenes de otra época y escarbo en lo más recóndito de mis
pensamientos para sacar las historias que pasaron por mi vida y que me fueron
moldeando como persona. Recuerdos lejanos que vienen y van en un «batiburrillo»
extraño y que saltan a mi memoria conformando una especie de retratos del
pasado.
Es entonces cuando soy consciente del
paso del tiempo, que la fortaleza de la juventud ya pasó y que la madurez
sobrevenida trajo consigo los dolores y
los achaques. Incluso pienso en mi vejez, que ya la toco con la punta de los
dedos, y la idea de la muerte ronda mi cabeza demasiado a menudo, porque nadie
es eterno y la etapa de mi vida que estoy cruzando me recuerda que yo tampoco
lo soy.

Si existe algo en mi pasado que me
gustaría cambiar si pudiera, no sería otra cosa que la de haber podido seguir
estudiando. Las circunstancias (sobre todo económicas) hicieron que mis padres
me quitaran del colegio apenas con trece años. Una cosa que nunca les he
reprochado porque supongo tuvieron sus buenas razones para hacerlo pero que,
sin quererlo, me privaron de uno de mis mayores sueños: el de haber podido dar
clase en un Instituto o en una Universidad como Licenciado en Filosofía y
Letras. ¡Cuánto me hubiera gustado estudiar esa Carrera! En lugar de eso aún
recuerdo las vejigas que me salieron en las manos cuando, con un cuchillo,
quitaba las rebabas a los moldes de los «alpargates» (una especie de bizcochos)
en la pastelería en la que me pusieron a trabajar con tan sólo trece años como
ya he mencionado antes.
En
alguna ocasión alguien me ha dicho que podría haber retomado los estudios en la
edad adulta. Y yo digo que prácticamente casi nunca los empleos que he tenido
(algunos muy físicos) me han dejado tiempo para hacerlo. Luego se van
cumpliendo años, te acomodas de alguna manera, pierdes muchas de las ilusiones
que tenías, te preguntas que… ¿para qué ahora? y no te entran ganas de empezar
a estudiar de nuevo. En fin, a veces la vida es así y así tenemos que
aceptarla. «Agua pasada no mueve molino» y no seré yo quien le dé más vueltas.

Sea como fuere, desde muy pequeño he tenido un libro en la mesilla de
noche. Con apenas 10 años ya había leído «Viaje al centro de La Tierra» de
Julio Verne y la «biografía de Miguel de Cervantes». Esos dos libros fueron los
primeros que me dejaron «los reyes magos» y no veas la ilusión que me hicieron
esos regalos. Y es que desde muy temprana edad me ha interesado mucho el mundo
de la cultura y mi afán por aprender no ha tenido límites. A lo largo de mi
vida he ido cultivando todas las ciencias y las artes, de manera muy especial
la astronomía y la literatura.
Rebusco en mi pasado buscando aquellos momentos que se
fueron y que ahora están tan lejanos, aunque a mí me parezcan cercanos en una
extraña paradoja. Lo cierto es que ha pasado mucho tiempo… y muy rápido,
demasiado rápido.
Recuerdo el desconsolado llanto que me
causaron los conejos que criábamos en casa cuando en un «alevoso y nocturno
ataque» royeron los muñecos con los que jugaba. Un montón de indios Sioux,
Arapahoes, Apaches y Comanches, que enfrentaba al Séptimo de Caballería del
General Custer en el corralón de la casa de la calle Veredilla fueron pasto de
los roedores quedando mutilados en su inmensa mayoría.
Aquellos momentos fueron
difíciles para mí, un niño de seis años al que su madre consolaba con dulzura y
a la que, precisamente, acompañaba al campo a por hierba (cuando la hierba aún
se podía coger sin temor a que estuviera contaminada por los pesticidas) en las
tibias tardes del mes de mayo para dar de comer a aquellos que habían diezmado
mi ejército de muñecos.
De
aquellos recuerdos nacieron estos versos que dediqué a mi madre y que le entregué enmarcados en un bonito cuadro:
En tus ojos cansados madre
me estoy mirando,
quisiera recordar contigo
tiempos pasados.
Recuerdo con qué dulce esmero
con qué cuidado,
cuando era pequeño enjugabas
mi llanto amargo.
Recuerdo días de primavera,
tardes de mayo,
para recoger hierba fresca
fuimos al campo.
Luego volvíamos con el tibio
sol del ocaso,
por entre amapolas y juncos
fuimos pasando.
Y recuerdo tu cara alegre,
tus rojos labios,
el amor que en mi alma de niño
ibas dejando.
¡Cuánto me habrás querido!, ¿cómo
podré pagarlo?
Quizá con estos versos madre...,
con este abrazo.
Siguen las imágenes del pasado yendo y viniendo a mi memoria en un
trasiego sin fin, unas más lejanas, otras menos, en una mezcolanza peculiar.
Con unos nueve o diez años, en las
mañanas de la primavera tardía, acompañaba a mi padre y mis tíos a las afueras
de la ciudad (unos tres o cuatro kilómetros) al chalé que estaban construyendo
en no recuerdo muy bien dónde.
Íbamos andando, al alba, cuando el sol
todavía no había salido. A lo largo del estrecho camino y a ambos lados nos
flanqueaban un mar de olivos y algún que otro erial cubierto de flores
silvestres… jaramagos, amapolas, lirios cárdenos… mientras con sus trinos y
gorjeos los jilgueros, gorriones y alguna cogujada saludaban el amanecer.
El
chalé estaba situado en un claro rodeado de árboles, la verdad es que me
gustaba estar allí, se respiraba paz y tranquilidad. Luego, justo cuando el sol
alargaba las sombras casi hasta el infinito impregnándolo todo de un rojo
sangre, volvíamos a casa. Realmente disfrutaba de aquellos «paseos» durante los
cuales dejaba volar la imaginación y fabricaba quiméricos castillos en el aire,
todos cuantos mi imaginación infantil era capaz de crear…

Una mariposa nocturna se me ha posado en el brazo… Efímera… Ha levantado
el vuelo… El silencio lo envuelve todo… Morfeo me llama y no le hago esperar.
Hasta otro día.
9 comentarios:
Bonito relato, precioso, precioso. Siento que no hayas podido estudiar porque tienes capacidad más que suficiente para poder haber hecho una licenciatura. Por ejemplo Filosofía y Letras de la que hablas en el post.
Qué lirismo Marco Atilio, cómo has sabido describir aquellos recuerdos tuyos que, como también a mí me ha pasado, (y supongo que a mucha gente) vienen a nuestra mente en bandada y sin orden ni concierto cuando nuestro espíritu se llena de paz como esos momentos que describes al principio del post. Siento mucho que no hayas podido estudiar, aunque por cómo escribes nadie lo diría. Caramba con los conejos, que canallesca acción, aunque supongo que no lo harían adrede. Muy bonito el poema que dedicas a tu madre. La verdad es que esta vez te has superado, enhorabuena, me ha gustado mucho el artículo.
Este articulo me dmuestra que se puede escribir bien sin haber estudiado. De todas maneras pienso que numca es tarde pra vlver a stuidiar, slo falta tener voluntad de hcerlo. Muy bueno el articulo.
Las oportunidades en la vida no las disfrutamos todos por igual, lo cual es una tremenda injusticia. Como la vida misma es de injusta, en el camino se queda gente muy válida que podrían haber sido grandes profesionales de haber gozado de una mínima oportunidad. Tiene mucho mérito lo que haces, como escribes y todo de una forma autodidacta como bien señalas en tu blog. El artículo es encantador, me he visto reflejado en él y en las historias que cuentas que si no totalmente iguales sí muy similares a lo que nos ocurre cuando somos infantes y despertamos al mundo y poco a poco vamos descubriendo nuestras aficiones y vamos moldeando nuestra personalidad. El final del artículo es hermoso. Intuyo que si no es por el sueño que te vence hubieras podido seguir recordando historias de tu pasado. Magnífico.
Aunque hace mucho tiempo que nos conocemos no dejas de sorprenderme... gratamente. Enhorabuena por este artículo sencillo, hermoso y sincero. Yo creo que muchos niños de pueblo de nuestra generación nos reconocemos en él.Estoy viendo a mi hermano tirado en el suelo,jugando con sus indios .Me veo con mi familia en el campo en esaa tardes cálidas de primavera;casi huelo el aroma de las flores silvestres ... El poema a tu madre es precioso, puro sentimiento, sensibilidad.¡Eso sí es un regalo, dejate de diamantes! ¡Ah!Seguro que hubieras sido un gran profesor; ¡con la falta que hacen!.De todas formas de tí aprendemos muchas cosas todos los días.Gracias.
Un post que rezuma sensibilidad allá por donde lo mires. ¡Qué gran profesor se perdieron los hipotéticos alumnos a los que hubieras dado clase, no me cabe la menor duda! No te lamentes, no hace falta tener titulo para demostrar que se es culto e inteligente. Además, como bien ha dicho otro comentarista, es un gran mérito escribir como lo haces de una forma autodidacta. Enhorabuena por ello. El post está lleno de romanticismo, nostalgia, un pelín de amargura y un mucho de sensibilidad. ¿No te has planteado nunca escribir un libro?
La Nostalgia es un viaje imposible, pero añorado hacia nuestro pasado, es la sublimación en la incertidumbre de un anhelo del alma desbordado, es un sentimiento que puede llegar a doler, uno se siente invadido por imágenes, palabras, ecos o evocaciones del ayer que despiertan en nosotros emociones que pretenden instalarse definitivamente en nuestro pensamiento, avivando toda una serie de desmedidos sentimientos que invaden todo nuestro ser con su presencia.
La meditación es uno de las principales medios que tenemos los hombres de aprender del pasado, porque si no tuviéramos recuerdos, estaríamos desprovistos de la impronta que define a nuestro ser, porque somos los seres humanos los que creamos nuestra propia historia, aunque influida por circunstancias y hechos del pasado.
Como Paul Geraldy dijo: Llegará un día que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza.
Querido Marco Atilio, yo ya te considero una persona culta, tu forma de escribir lo avala. Para mi tiene mucho más mérito las personas que aprenden de forma autodidacta, porque demuestra un espíritu con inquietudes, y eso vale mas que estudiar solo por conseguir un puesto de trabajo. Además solo tienes que ver la cantidad de buenos comentarios merecidos que recibes.
La sensibilidad,la educación,el comportamiento,..........no lo da la universidad,solo se adquiere en la escuela de la vida,y TÜ has sido una persona y sobre todo un alumno muy aventajado,me ha parecido una evocación preciosa y la poesía a tu madre,cuando la he leido, una lágrima me ha recorrido mi mejilla; gracias Marco Atilio.Un abrazo y empapate en las vacaciones de tus vivencias,para que luego podamos revivirlas cuando nos las cuentes.Una compañera
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