Nació en
abril, cuando los campos se llenan de amapolas y el aire huele a vida nueva.
Pequeña y frágil, con alas aún por estrenar, mi golondrina vino al mundo
trayendo consigo una luz que encendió rincones dormidos de mi corazón.
Hoy ha venido. La estaba esperando en la ventana, con la misma ilusión con que se espera la primera flor de la primavera. Sus ojos brillaban como si supiera que la aguardaba. La tomé en mis brazos, y en ese instante el tiempo se detuvo, como si el mundo entero quisiera regalarme ese momento.
Sé que pronto se irá, y que pasarán algunos días antes de que vuelva a llamarme con sus alitas. Así es su vuelo: breve, pero lleno de vida.
Llegará el otoño y las hojas caerán. La tarde besará el sol del horizonte amarillo y yo iré en busca de mi golondrina. Llamaré suave para, acaso, no interrumpir su sueño mágico de hadas y duendecillos. De ositos blancos y conejitos de algodón. Disfrutaré de su presencia y jugaré con ella cuando se despierte, aunque solo sea un ratito. Porque mi amor por ella no entiende de tiempo, ni de distancias, ni de ausencias. Mi pequeña golondrina forma ya parte de mí, y cada vez que alce el vuelo, sabrá que aquí tendrá siempre un cielo abierto y un corazón donde posarse.
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