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lunes, 15 de agosto de 2022

¡Esta es mi Iglesia!

 

Hace algún tiempo, mantuve una conversación con un empresario muy católico, aunque –dicho sea de paso–  conocido por sus cuestionables prácticas con sus trabajadores. Durante la charla, me preguntó si solía ir a misa. Mi respuesta fue que no, que no solía hacerlo; sin embargo, le comenté que no me desagradaba la idea de acudir a la iglesia como lugar de meditación cuando el templo estaba vacío, pues allí encontraba la paz y el sosiego que a veces me faltaban en mi rutina diaria.

«De cualquier manera –me dijo–, es bueno oír misa de vez en cuando; eso no te hará ningún mal. Todo lo contrario, te ayudará a ser cada día mejor.

Y es posible que tuviera razón: escuchar al cura durante la celebración de la misa no me iba a hacer ningún mal. Sin embargo, le respondí procurando ser lo más claro y sincero posible:

«Si hay algo que odie profundamente es la hipocresía. Me fastidia ver a esa gente santurrona, la de ir a misa los domingos y fiestas de guardar, que acaso tienen empresas –veladamente me refería a él– en las que explotan hasta la extenuación a sus empleados, pagándoles sueldos de miseria. O que son, sencillamente, personas despreciables en su quehacer cotidiano por mil causas distintas. Ejemplos hay de sobra donde campa a sus anchas la palabra hipocresía.

Me cuesta horrores entender que haya tanta desigualdad, tanta injusticia, tanto odio y tanta intolerancia entre los seres humanos. Me cuesta entender que odiemos lo diferente y no toleremos lo distinto por el mero hecho de serlo.

Me cuesta entender que nos matemos los unos a los otros por disputas de tráfico, por animar a equipos de fútbol diferentes o por tener sensibilidades políticas opuestas. Me cuesta entender que nos dejemos de hablar o incluso lleguemos a matarnos con nuestros hermanos por el dinero de una herencia… En fin, ¿para qué seguir? Así somos de buenos cristianos.

En nuestra total ceguera moral creemos que, por confesarnos con el cura párroco o acompañar al Cristo o a la Virgen de turno, se nos perdonarán todos nuestros pecados. ¡Hipocresía en estado puro! La misma que ha exhibido la Iglesia prácticamente desde que fue fundada: esa Iglesia que ha matado a tantas personas inocentes en nombre de Dios; la de los abusos sexuales a niños y niñas; la que siempre se posiciona del lado del poderoso cuando debiera hacer justamente lo contrario. La Iglesia cargada de oro, la que tanto odiaba Jesús, es la que está encargada de hacernos llegar su mensaje. ¡Qué gran ironía!

Me niego a pertenecer a esa Iglesia y abomino de ella. Intento ser mejor persona cada día; a veces lo consigo y otras no, pero siempre lo intento. Esa es mi Iglesia: mejorar cada día para poder ser mejor persona a ojos de quienes me rodean; para entender mejor a quienes piensan diferente y tolerar mejor lo distinto, siempre que lo distinto no cause mal a nadie. ¡Esa es mi Iglesia! No necesito que alguien me diga que debo hacer el bien y amar a mis semejantes cuando quien me lo dice no lo pone en práctica, y muchísimos de sus fieles tampoco».

A esas reflexiones mías, mi interlocutor no interpuso ninguna clase de réplica. Prudentemente guardó silencio y se marchó instantes después, arguyendo una perentoria necesidad.

2 comentarios:

Carmen dijo...

Que gran articulo, totalmente cargado de razón. Ojalá pusiéramos en práctica todo lo que dices en él. Bravo

F.J.M. (Marco Atilio) dijo...

Muchas gracias Carmen por tu comentario.

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