Con todo este asunto de
la amnistía y de los pactos de Pedro Sánchez con los independentistas, cosa que
aborrezco dicho sea de paso, la gente suele opinar en las redes sociales. Unos
más enfadados, otros menos, algunos los justifican, otros los denuncian, etc.
Sin embargo, algunas personas rezuman odio por los cuatro costados. Por ejemplo, hace poco me topé con un mensaje vía WhatsApp que decía literalmente:
«Pierde un partido la Selección y nos enfurecemos… Estamos perdiendo un País pero no reaccionamos».
Bueno, ¿y eso qué demonios significa? ¿cómo hay que reaccionar? ¿Es que hay que echar a Pedro Sánchez por la fuerza? ¿Y eso cómo narices se hace? ¿Acaso dando un golpe de estado como pasó en 1936, cuando las derechas de este país no acataron el mandato de las urnas y se sublevaron iniciando una terrible guerra civil acabando con la democracia, lo cual sumió a España en 36 años de atraso y de dura y represiva dictadura franquista?
Santiago Abascal ha jugueteado con cosas muy peligrosas cuando dice que la policía debe saltarse las órdenes recibidas y dejar a los manifestantes de ultraderecha campar a su antojo en las manifestaciones en contra de la amnistía.
Hay que tener mucho cuidado con las palabras porque el fanatismo está cargado de odio y de intolerancia y el odio y la intolerancia son malos consejeros ya que no te permiten, ni pensar, ni razonar con claridad.
Las democracias, a diferencia de las dictaduras, tienen una bondad, y es que se puede votar, como mínimo cada cuatro años, y podemos cambiar el sentido de nuestro voto cuando creamos que los partidos y los políticos en quien confiamos no merecen esa confianza. Así que, cuando haya de nuevo elecciones votemos por aquel partido político que creamos que nos hará la vida más placentera y que cumpla sus promesas electorales, aunque ya te aviso, que esto ocurra es una auténtica utopía porque por un puñado de votos, los políticos pactan con el mismísimo diablo y cambian su discurso como mejor convenga a sus intereses. La historia de la democracia española está llena de estos ejemplos.
Y por último, acatemos el resultado de las elecciones, a eso, entre otras cosas, se le llama ser demócrata.
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